Entradas populares

martes, 20 de mayo de 2014

PASTORAL: SANTO DEL DIA







JUAN MOPINOT (HNO. LEON)


El Hermano León, era también de la comunidad de Moulins y acompañó en la prisión al Hermano Roger, su Director.

Juan Mopinot, como se llamaba civilmente, había nacido en Reims, en la parroquia de Santiago, de tantos recuerdos en los orígenes del Instituto de los Hermanos de las Escuelas Cristianas, el 12 de diciembre de 1724. Fue bautizado por el Padre Huberto Vuyart, sacerdote de la parroquia.

Estudió con los Hermanos en la escuela de Thillois.
Ingresó en el noviciado de San Yon el 14 de enero de 1744, con 19 años.
Con el Hábito recibió el nombre de Hno. León.
El 1º de noviembre de 1749 emitió los votos perpetuos.
De su estancia en Moulins hay un testimonio que dice: «Casi todas las personas distinguidas de la ciudad habían recibido la primera instrucción con el Hno. León».

Fue también detenido, como el Hno. Roger, el 11 de junio de 1793.
En el acta de confiscación de la escuela, en 1792, se dice que en el cuarto del Hno. León había: «un somier, un jergón, un colchón, una manta, un armario pequeño con dos puertas y un cajón abajo, y una candela de cobre».


 El Hno. León tenía 68 años cuando fue encarcelado. Como otros presos, había esperado que a causa de la edad avanzada no sería deportado. Pero las autoridades no tuvieron ninguna conmiseración.
En la «Positio», citando al abate Labiche, se dice:
«Figura en la lista de los que iban a ser deportados el 31 de marzo de 1794. Luego lo encontramos en Rochefort. Embarcado en "Les Deux-Associés ", su estancia fue corta en el navio, pues murió el 21 de mayo. Lo enterraron en la isla de Aix».
Y el abate Labiche añade:
«No puedo elogiar mejor al Hno. León que diciendo que era un santo. Tenía entre todos nosotros esa fama, y la merecía. La muerte, por lo demás, no hizo sino confirmar esta opinión favorable. Este santo hombre había conservado, en una edad muy avanzada, la jovialidad de la la juventud».

En medio de sus sufrimientos, el Hno. León había mantenido constantemente una serenidad sobrenatural y un deseo vehemente de ver a Dios.

DESDE MI CALLE


ATMOSFERA APESADUMBRADA

 La nostalgia puede convertirse en una mala consejera, que genera turbación, desconfianza y miedo al incierto futuro. Las cosas no son como eran, ¿cómo serán, entonces, en el futuro?

 Atenazados por el miedo, respondemos que no vemos el sentido y la meta, que no sabemos qué hacer, ni para dónde tirar. Afloran entonces las tentaciones de buscar falsas seguridades: la seguridad económica, la seguridad del éxito social que podemos intentar comprar, la seguridad que proporciona vivir encerrados en nosotros mismos, evitando el riesgo de la confrontación con el mundo, a veces hostil, que sin embargo, se empeñan en enviarnos. “No sabemos a dónde vas, ¿cómo vamos a saber el camino?” Nos debería hacer reflexionar, porque esa objeción nos refleja muy bien a todos de un modo u otro. Nos cuesta mucho entender el camino, la lógica de las acciones, el verdadero sentido de la vida y de la muerte. Y, aunque “en general” lo tengamos claro cuando se trata de ir nosotros por ese camino,  nuestra comprensión se oscurece y asoma el desconcierto. Eso puede ser así en ciertos momentos de nuestra experiencia personal, en la que nos seguimos rigiendo tantas veces por la lógica del éxito mundano y no por la extraña lógica que significa no doblegarse de ningún modo ante las fuerzas del mal, ni siguiera para lograr algo pretendidamente bueno. Pero puede reflejar también la experiencia, especialmente en momentos de crisis, como el que, al parecer, vivimos ahora, especialmente en el mundo occidental: podemos tener la sensación de encontrarnos en un callejón sin salida.

 Especialmente cuando cunde el desconcierto y la inseguridad, el deseo de “ver” directamente se intensifica hasta la angustia. Pero la respuesta es una llamada a la confianza. Hay realidades que no podemos ver, así, sin más, directamente. Si alguien le dice a su amigo que quiere “ver” su amistad, o a la persona amada que quiere “ver” su amor, o el que padece injusticia exige “ver” la justicia en sí… ¿qué se les puede responder? Las realidades más importantes y esenciales de nuestra vida no son directamente visibles, porque no son cosas, objetos a la mano de los que podemos disponer. La amistad, la justicia y el amor se pueden expresar en signos que los hacen patentes; pero para “ver” en esos signos la presencia de esas realidades hace falta también, por parte de quien mira, determinadas disposiciones: apertura, acogida, confianza.

 En síntesis, en estos tiempos de desconcierto e incerteza, debemos llamar a la confianza, a la apertura y, también, a la actitud activa que, dejando a un lado todo temor y nostalgia de tiempos pasados, debemos  ponernos a la tarea de discernir el modo de responder a los problemas reales de nuestro tiempo para seguir construyendo un mundo en el que los hombres y mujeres de hoy puedan encontrar su lugar.

DESDE MI CALLE, que sigue siendo la calle de todos.