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sábado, 10 de agosto de 2013

DESDE MI CALLE


LAICISMO Y ESTADO.



El Papa Francisco ha dicho recientemente "La convivencia pacífica entre las diferentes religiones se ve beneficiada por la laicidad del Estado, que, sin asumir como propia ninguna posición confesional, respeta y valora la presencia del valor religioso en la sociedad". Es una cita textual que me ha sorprendido muy gratamente. Por lo que dice y quien la dice. Por defender la separación Iglesia-Estado y porque ésto lo afirme el Papa.

Me pregunto qué pensarán al respecto el cardenal español Rouco Varela, partidario de influir y presionar al poder político por asuntos religiosos, o el ministro de Educación, José Ignacio Wert, defensor de imponer una mayor presencia de la religión en la educación pública. Quizás no hayan pensado al respecto, el cardenal porque ya le bastan las respuestas del nacional-catolicismo, y el ministro no puede pensar fuera del marco ideológico de FAES, lobby del neoliberalismo del PP.

La realidad política, social y educativa nos enfrenta con usos, costumbres y hasta proyectos de ley, que nada tienen que ver con una efectiva separación de la Iglesia y el Estado. Se siguen manteniendo prácticas confesionales en las celebraciones militares de carácter público y del derecho de presentación de obispos, por parte del Gobierno, para su designación por la Santa Sede del vicario general castrense. Se mantiene todavía la costumbre de la bendición en las inauguraciones oficiales de infraestructuras públicas. Además nos encontramos diariamente a autoridades públicas que, olvidando el carácter laico de sus cargos, presiden procesiones, acompañan liturgias y otorgan subvenciones o limosnas al clero, con cargo al erario público.

En España se están haciendo trampas, las hace la Iglesia, que tras la muerte de Franco parecía querer recuperar su independencia siguiendo la doctrina del Concilio Vaticano II. Parece que quisieran conseguir una quimera: Estado aconfesional, si, pero Estado laico, no. Y también siguen haciendo trampa los sucesivos gobiernos democráticos al hacer dejación de sus competencias y responsabilidades, que la propia Constitución les demanda.

El laicismo no es doctrinario, ni sectario, se basa en la libertad de pensamiento, de investigación, en la autonomía de las personas y en su libertad para elegir responsablemente su conducta moral y religiosa. Si hoy todos entendemos qué significa ciudadanía democrática, se debe al pensamiento laico, que fundamenta una sociedad no sometida a poderes absolutistas o fanáticos dogmas, más tolerante, pluralista y solidaria.

Estoy convencido que los más auténticos cristianos, así como los más exigentes demócratas, se pondrían de acuerdo en suspender los Acuerdos de España con la Santa Sede; los unos para vivir más auténticamente su fé y los otros porque aspiran a vivir en un pais moderno sin servidumbres dogmáticas. El Papa Francisco ya lo está.

DESDE MI CALLE, que es la calle de todos.