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viernes, 28 de noviembre de 2014

PASTORAL: SANTO DEL DIA




SAN SATURNINO
(Obipo y mártir en Francia)

Santo recordado por su sobrenombre, en este caso el de San Cernín o Sernín, que después de peregrinar y deambular por el sur de Francia y el norte de España, se establece en Toulouse (Francia), donde consolida su sede y es primer obispo.

A través de un discípulo suyo, San Honesto, es enviado en misión pastoral por España.

Llega Saturnino a Pamplona, y más tarde bautizaría al padre del que luego sería San Fermín, el popular patrón de la ciudad.

En su ausencia, pasan por la espada a su discípulo y coadjutor de su sede francesa. De regreso a su tierra, allá por el año 250, un grupo de paganos en tumulto lo atan a un toro azuzado y encolerizado, que corre por las calles de la ciudad, hasta llegar al altar del capitolio, donde es golpeado contra las piedras de la escalera, que le causan su muerte.

Cuenta la tradición cómo se llenaban de sangre las escaleras cuando rodaba su cabeza descendiendo por ellas.

Se le presenta vestido como un pontificial con gran báculo o bordón de doble travesaño; ataado a un toro siendo arrastrado por una ciudad o escalinata es su escena martirial. Invocado contra el mareo, el dolor de cabeza, el temor a la muerte, las embestidas de los toros, las plagas de hormigas, la peste y cuando se hinchan las manos.

EN MI RINCON



MITOS Y LEYENDAS

La Mujer Herrada

Vivía en Méjico un buen capellán, acompañado de su ama de llaves.

Un herrero, el mejor amigo del buen capellán, desconfiaba instintivamente de la vieja ama de llaves, y así hubo de decírselo al cura, instándole repetida veces para que la despidiera, aunque el sacerdote no llegó nunca a hacer caso de tales advertencias y consejos.

Una noche, cuando ya el herrero se había acostado, llamaron a su puerta violentamente, y al abrir encontróse con dos hombres de color que llevaban una mula. Aquellos hombres rogaron al herrero que pusiera herraduras al animal, que pertenecía a su buen amigo el sacerdote, quien había sido llamado inopinadamente para emprender un viaje.

Satisfizo el herrero el deseo de los desconocidos herrando la mula; y, cuando se alejaban, tuvo ocasión de ver que los indios castigaban cruelmente al animal.

Intrigado e inquieto pasó la noche el herrero, y a primera hora del día siguiente se encaminó a casa de su buen amigo el sacerdote. Largo rato estuvo llamando a la puerta de la casa sin obtener respuesta, hasta que el capellán fué a franquearle el paso con ojos soñolientos, señal evidente de que acababa de abandonar el lecho en aquel instante.

Enterado por el herrero de lo que sucedió aquella noche, le manifestó que él no había efectuado viaje alguno ni tampoco dado orden alguna para que fueran a herrar la mula. Después, ya bien despierto, se rió el buen capellán, muy a su gusto, de la broma de la que había sido objeto el herrero. Ambos amigos fueron al cuarto del ama de llaves, por si ésta estaba en antecedentes de lo ocurrido.

Llamaron repetidas veces a la puerta, y , como nadie les contestara, forzaron la cerradura y entraron en la habitación.

Un vago temor les invadía al franquear el umbral y una emoción terrible experimentaron al hallarse dentro del cuarto.

El espectáculo que se ofreció ante sus ojos era horrible. Sobre la carne ensangrentada, yacía el cadáver de la vieja ama de llaves que ostentaba, clavada en sus pies y manos, las herraduras que el herrero  había puesto la noche anterior a la mula.

Los aterrorizados amigos convinieron en que la desdichada mujer había cometido un gran pecado, y que los demonios, tomando el aspecto de indios, la habían convertido en mula para castigarla.