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martes, 1 de marzo de 2016

PASTORAL: SANTO DEL DIA




San Nicolás de Flue
           (año 1487


Es uno de los santos más famosos y estimados de Suiza.

Desde cuando era muy pequeño su madre lo hizo pertenecer a una asociación piadosa llamada: "los amigos de Dios", y aquella institución religiosa lo enfervorizó mucho porque recomendaba insistentemente a sus socios que meditaran con frecuencia en la Pasión y Muerte de Jesús y que se esforzaran por vivir como dignos seguidores de Cristo.

Nicolás se enroló en el ejército para defender a su patria, y llegó a ser capitán. Después se casó y tuvo dos hijos, uno de los cuales llegó a ser un santo sacerdote, y el otro fue nombrado alcalde.

En su matrimonio seguía siendo Nicolás un hombre sumamente piadoso. Dice el hijo sacerdote: "Mi padre se acostaba temprano después de haber hecho que sus hijos y sus empleados rezaran las oraciones de la noche. Y muy de madrugada yo sentía que él se levantaba muy pasito y se dedicaba a rezar hasta el amanecer. Siempre que pasaba frente a un templo abierto entraba a orar, y cada día salía de casa por unos minutos para ir a visitar a Jesús en el Santísimo Sacramento en la iglesia".

Cuando tenía 50 años sintió una inspiración de Dios para dejar sus empleos oficiales y sus comodidades e irse a orar y a meditar en la soledad. De acuerdo con su santa esposa se separó de ella, y vestido de monje se fue en soledad a dedicarse a la oración y a la meditación.

Quiso irse a otro país pero cuando iba llegando a la frontera se encontró con un campesino que también pertenecía a la asociación "Amigos de Dios", el cual le dijo que debía quedarse en su propia patria rezando y haciendo penitencia por sus paisanos. Nicolás estaba indeciso pero entonces se desató una tormenta tan espantosa en el camino por donde él iba a seguir y caían rayos tan tremendos allí adelante, que consideró todo esto como una señal de Dios y se volvió a seguir viviendo en su tierra.

Por el camino sufrió un cólico con unos dolores de estómago tan espantosos que creyó morir. Se encomendó a Dios y el mal desapareció, pero desde ese día perdió por completo el apetito y en adelante vivió de tal manera sin comer ni beber casi nada, que nadie lograba explicarse cómo podía vivir así.

Se fue a una alta montaña junto a un nacedero de agua y allí en una cueva pasó sus últimos 19 años rezando, meditando y haciendo penitencia.

Desde la madrugada hasta la una de la tarde se dedicaba a orar y meditar. Luego, desde la una hasta las seis dedicaba su tiempo a dar consejos a las numerosas personas que iban a consultarle, y después desde las seis hasta las nueve seguía orando.

Dios le concedió el don de saber aconsejar. A un amigo suyo le contó que había pedido mucho al Señor este don y que lo había logrado conseguir de su divina bondad. Grandes multitudes se sentían atraídas por este hombre a quien nadie veía comer ni beber y que era de muy pocas palabras, pero que las pocas palabras que decía le llegaban a uno al alma y lo transformaban. A los que iban sólo por curiosidad no les decía ni una palabra y los despachaba sin darles consejos. A quienes le preguntaban cómo lograba subsistir así sin casi alimentarse, les respondía: "Dios sabe cómo". Las autoridades ponían detectives en los caminos para averiguar quién le llevaba alimentos, pero no encontraban a nadie.

Con los regalos de los fieles hizo construir una capilla y allí a esa altura iba cada día un sacerdote y le celebraba la misa y le daba la comunión.

Los distintos partidos y estados de Suiza estaban tremendamente divididos y había el grave peligro de que se desatara una sangrienta guerra civil. Nadie los lograba poner de acuerdo. Al fin a algunos se les ocurrió que llamaran a Nicolás. Este bajó de la montaña y de tal manera supo aconsejar sumamente bien a los unos y a los otros que se logró firmar la paz y se evitó la guerra entre paisanos. El senado de la nación dio un decreto alabando a Nicolás y dándole gracias por su mediación y allí se dice: "Este hombre de Dios recomienda a todos la paz, y la logra conseguir".

Nicolás volvió a su montaña a orar, meditar y aconsejar, y el día en que cumplió sus setenta años murió plácidamente. Desde entonces los católicos de Suiza lo consideran como un santo y empezaron a conseguir favores del cielo encomendándose a este su santo paisano.


DESDE MI CALLE




Una escalera con algo de misterio


Sacado del blog de @GalianaRgm.


La mayoría de los escritores no vivimos en chalets descomunalmente grandes en medio de un monte rodeados de un paisaje que ni en los dibujos animados. Tampoco en una casa amueblada como en las revistas de decoración con grandes ventanales con vistas al mar. Nosotros, los juntaletras, vivimos en edificios normales y corrientes como en los que habitan los lectores.

Y no, no vivo en el ático abuhardillado con una enorme terraza con vistas espectaculares al cielo de Madrid, lamento si te he defraudado, pero soy tan normal como tú.


El lugar donde resido es un cuarto piso con ascensor, de ésos que aún conservan la estructura de hierro en la escalera típica de los años cuarenta. Lo han reformado de maquinaria y le pusimos hace unos diez años una cabina nueva, que nos costó lo suyo a los vecinos, pero conseguimos que siguiera teniendo ese regusto a viejo/nuevo que se nos ha dado por denominar vintage.
En el piso de arriba, y último del edificio, solo hay una puerta que corresponde a una única vivienda. En el resto tenemos cuatro por rellano, pero solo dos viviendas, ya que cada piso cuenta con entrada de servicio que se decía antes, puerta en la cocina que le llamamos ahora. En el mismo portal está la portería, una vivienda de unos cincuenta metros donde vivía Jacinto.
En el ático vive una encantadora viejecita nonagenaria con una única afición. Sobre las tres de la madrugada le da por mover los muebles de toda la casa. Te cruzas con ella en el portal y te pide que le lleves la bolsa del pan porque está de la espalda, de las piernas, del corazón, y hasta del moño, si ve que no le extiendes la mano par ayudarla. Vive sola, pero por la noche debe tomar vitaminas en la cena que la convierten en superwoman, con la energía suficiente para arrastrar los muebles por el suelo, debe estar buscando un tesoro oculto debajo de alguna baldosa.
En el cuarto comparto pared del salón con la casa del al lado. En ella viven cuatro chicas universitarias, el padre de una de ellas es el propietario, pero ni aparece por el edificio jamás, al menos yo no le he visto nunca. Las chicas tienen a bien organizar todos los sábados durante el curso escolar, no falla ni uno, unas fiestas que una porque ya peina canas que si no me pasaba por allí por ver si se me pega algo. Un día subí con un par de ellas en el ascensor y me preguntaron si la música me molestaba:
-No os preocupéis, yo trabajo mejor de noche, y no interferís para nada en ello.

Me callé que el vecino del edificio de enfrente, en la panadería, no hace más que decir que está como loco por meterles mano, por ambientar la calle la noche de los sábados como si fuera una verbena popular.
En el piso de abajo vive un matrimonio joven, no tendrán más de treinta, si los tienen, con un bebé de un año aproximadamente. Lo sé porque desde que nació la criatura la mezcla entre la música de las chicas de al lado y los llantos del infante son para que el Dj del momento haga un superventas y se forre.
El piso de al lado al matrimonio con el niño está vacío desde hace no sé cuántos años, incluso antes que yo me mudase a vivir aquí. Por lo visto los dueños eran un matrimonio sin hijos que se mató en un accidente de tráfico. Los sobrinos llevan años litigando en los tribunales por la herencia, y de seguir así van a disfrutar solo de lo que dejen las termitas.
El segundo, todo él, es un despacho de abogados. Cierra, con puntualidad británica, a las siete de la tarde de lunes a jueves y a las tres los viernes. Nadie aparece por allí los fines de semana, ni durante el mes de agosto, ni en navidades. Son cuatro jóvenes engominados, perfectamente trajeados, y muy educados todos ellos. El que viene a las reuniones de la comunidad es de ésos que dices:
-Dios, porque no habré nacido diez años después.
El primero es una tienda de vestidos de novia. Las dueñas son dos chicas, muy monillas ellas, algo tontas para mi gusto, pero muy monas ellas. Las ventanas las convirtieron, dentro de lo que la ley les dejó, en escaparates llenos de maniquíes vestidos de blanco inmaculado.
El edificio es peculiar porque en el primero se hace lo posible por casar a las parejas, y en el segundo si la cosa sale mal se las divorcia.
¿Por qué te cuento todo esto, a ti, mi cómplice lector?, porque necesito que te conviertas en detective y me ayudes a resolver un caso que se produjo hace unos días en el edificio en el que vivo.
Tranquilo, no sucedió ningún asesinato, nadie fue agredido, ni robaron en ningún piso. Una vive en un barrio bien donde esas cosas no pasan.
Te pongo en situación.
Empezando la tarde-noche del pasado sábado llegaba a casa cargada con bolsas después de pasarme por todas las tiendas de un conocido centro comercial. Salí temprano de casa en plan “le doy alegría a la tarjeta hasta que los pies me digan:
-Llévanos a casa que estamos destrozados.”
Llegar, darle al ascensor y ver que, por enésima vez, se había vuelto a averiar, me sentó como una patada ahí mismo.
Lo primero que pensé es por qué narices se había tenido que jubilar el portero de la finca hacía un par de meses, con lo fácil que hubiera sido tocar la puerta de su vivienda, en la portería, dejarle los bultos, pedirle que me los subiera cuando pudiera, y subir con las manos vacías. Jacinto y su mujer ya no estaban, su hijo no quiso quedarse y heredar el oficio del padre. Un chico muy guapo, a que negarlo, pero en cuanto abría la boca te dabas cuentas que lo suyo no era ser servil, y el oficio de portero es lo que tiene.
El caso es que Jacinto y su familia me habían hecho la puñeta con su marcha. Me tocaba subir cargada como una mula los cuatro pisos.
Miré mis brazos y me dije:
-Galiana, no te hagas la remolona que nadie va a venir a socorrerte.
Inicié la subida por la escalera, no sin antes quitarme el abrigo y colgarlo del bolso de bandolera que llevaba colgado del cuello, no tenía ganas de sudar la gota gorda.
En el último tramo de escalera antes de llegar al primero me encontré con un zapato negro de tacón de aguja. Pensé:
– “Se le ha debido caer a alguna de las chicas que se lo ha quitado para subir mejor. Se habrá dado cuenta cuando ha llegado arriba, y seguro que baja a por él cuando arreglen el ascensor”.
Mi teoría del zapato abandonado sin querer se me cayó cuando al iniciar la subida al segundo me encontré con el compañero. Aquello no era una caída accidental, era un…
-No puedo con vosotros, ahí os quedáis, que ya os recojo cuando no tenga que subir andando.
Continué mi ascenso, todavía quedaban el segundo y tercero antes de llegar al cuarto.
Lo de los zapatos me pareció exótico, pero bueno. Lo que pasa es que, en el rellano del segundo, delante de la única puerta que da acceso al despacho, encontré un par de medias. Verlas y sonreír fue todo uno. Pensé:
-“Estas chicas… Cómo baje Doña Encarna y lo vea les va a llamar la atención, con las ganas que las tiene”.
En la puerta del ascensor del tercero me encontré con una falda. De ésas que una no sabe si denominarla como tal o mejor decir que es un cinturón ancho y terminar antes.
Una de las chicas se estaba desnudando por la escalera, eso estaba claro. Debía tener mucha prisa o, mejor dicho, una urgencia muy, muy grande.
Lo de ver unas minúsculas braguitas negras tiradas en el felpudo de la entrada de mi casa me hizo soltar un:
– ¡Ay, cuántas prisas tienen algunas!
Abrí la puerta de casa. Solté las bolsas en el suelo, como si de un peso muerto se tratasen. El bolso y el abrigo los tiré también. Me dejé caer en el sofá todo lo larga que soy.
-Joder, esto de subir cuatro pisos no es lo mío, me estoy haciendo mayor.
Al recuperar el aliento me levanté y recogí todo lo que había abandonado en el suelo de la entrada. Cuando quité la última bolsa reparé en un papel que alguien debía haber metido por debajo de la puerta antes que yo llegara:
-Este fin de semana no estaremos en la casa. Nos vamos a esquiar. Regresamos el lunes por la mañana. Besitos. Tus vecinas.
Las chicas se habían ido, ¿de quién era la ropa que me había encontrado por la escalera? Salí de la casa, no sé muy bien por qué. Entonces vi un sujetador negro en el tramo de escalera en dirección al piso de Doña Encarna. Me pudo la curiosidad, lo reconozco, subí hasta el último piso. Di la luz, que se había apagado como siempre suele suceder en estos casos. En ese momento el ascensor se puso en marcha, escuche risas nerviosas en su interior.
¿Serías capaz, con tus dotes detectivescas, de decirme a quién podía pertenecer la ropa de la escalera?
Mi opinión es la siguiente:
¿Puede ser el matrimonio con el bebé al que le han dejado en casa de los padres de alguno de ellos, y dado que el crío no les deja por la noche ni dormir, y mucho menos hacer el ...., , han aprovechado la circunstancia para darse el lote, y era tanta la urgencia que no han podido esperar a llegar a casa y se han "enfrescado en la labor" en el ascesor?.
¿Cuales la tuya?

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