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domingo, 9 de febrero de 2014

DESDE MI CALLE


 NO A LOS ILUMINADOS.

La palabra iluminado  está grabada de una cierta ambigüedad. En su acepción más común habla de la persona poseida de una idea (moral, política...) que lo envuelve como una luz, pero de modo que, en cierto sentido, lo aisla del resto del mundo. El iluminado es el que se cree que ha llegado a un nivel superior de conciencia y se considera por encima de los simples mortales. Los iluminados piensan ser "los elegidos", y de ese modo segregados del resto. En miembros de una secta que mira con desprecio a los demás.

En la época de la ilustración (el siglo de las luces), se consideraba que el hombre alcanzaba la luz gracias al uso autónomo de la razón y al progreso de las ciencias.

Para evitar que nos conviertan en miembros de ese tipo de sectas, debemos buscar la luz que nos separa de esos iluminados. Hacer que la luz refleje nuestra imagen. Si es necesario, acompañar con sal a nuestro YO. La sal es una sustancia vital para conservar nuestros alimentos, preservar la vida y evitar la podredumbre. Mientras que la opresión, la amenaza, la violencia y el egoismo, la destruyen, la corroen por dentro. Si no nos esforzamos en ser luz y sal, nos convertiremos en seres opacos, oscuros, sosos, inútiles. Es decir, en carnaza para esos iluminados.

Deseemos que a esos iluminados que, creyéndose estar situados por encima de los demás, abusan de su "status" de clase privilegiada, la luz que proyecta nuestra imagen  les deslumbre. Que nuestra sal nos preserve de su egoismo y de su violencia. Que somos nosotros, con nuestro trabajo y obras los verdaderos iluminados, no sus títeres como pretenden en su infinita soberbia.

DESDE MI CALLE, que sigue siendo la calle de todos.