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lunes, 21 de julio de 2014

PASTORAL: SANTO DEL DIA


MARIA MAGDALENA

Hoy celebramos a Santa María Magdalen, debemos referirnos a tres personajes bíblicos, que algunos identifican en una sola persona: María Magdalena, María la hermana de Lázaro y Marta, y la pecadora anónima que unge los pies de Jesús.

Tres personajes para una historia

María Magdalena, así, con su nombre completo, aparece en varias escenas evangélicas. Ocupa el primer lugar entre las mujeres que acompañan a Jesús (Mt 27, 56; Mc 15, 47; Lc 8, 2); está presente durante la Pasión (Mc 15, 40) y al pie de la cruz con la Madre de Jesús (Jn 19, 25); observa cómo sepultan al Señor (Mc 15, 47); llega antes que Pedro y que Juan al sepulcro, en la mañana de la Pascua (Jn 20, 1-2); es la primera a quien se aparece Jesús resucitado (Mt 28, 1-10; Mc 16, 9; Jn 20, 14), aunque no lo reconoce y lo confunde con el hortelano (Jn 20, 15); es enviada a ser apóstol de los apóstoles (Jn 20, 18). Tanto Marcos como Lucas nos informan que Jesús había expulsado de ella «siete demonios». (Lc 8, 2; Mc 16, 9)

María de Betania es la hermana de Marta y de Lázaro; aparece en el episodio de la resurrección de su hermano (Jn 11); derrama perfume sobre el Señor y le seca los pies con sus cabellos (Jn 11, 1; 12, 3); escucha al Señor sentada a sus pies y se lleva «la mejor parte» (Lc 10, 38-42) mientras su hermana trabaja.

Finalmente, hay un tercer personaje, la pecadora anónima que unge los pies de Jesús (Lc 7, 36-50) en casa de Simón el Fariseo.

Dos en una, tres en una

No era difícil, leyendo todos estos fragmentos, establecer una relación entre la unción de la pecadora y la de María de Betania, es decir, suponer que se trata de una misma unción (aunque las circunstancias difieren), y por lo tanto de una misma persona. 

Por otra parte, los «siete demonios» de Magdalena podían significar un grave pecado del que Jesús la habría liberado. No hay que olvidar que Lucas presenta a María Magdalena (Lc 8, 1-2) a renglón seguido del relato de la pecadora arrepentida y perdonada (Lc 7, 36-50).

San Juan, al presentar a los tres hermanos de Betania (Marta, María y Lázaro), dice que «María era la que ungió al Señor con perfumes y le secó los pies con sus cabellos». El lector atento piensa: "Conozco a este personaje: es la pecadora de Lucas 7". Además, en el mismo evangelio de Lucas, inmediatamente después del episodio de la unción, se nos presenta a María Magdalena, de la que habían salido «siete demonios». El lector ratifica su impresión: "María Magdalena es la pecadora que ungió a Jesús". Y por último, en el mismo evangelio de San Lucas, pocos capítulos después (Lc 10), María, hermana de Marta, aparece escuchando al Señor sentada a sus pies. El lector concluye: "María Magdalena y esta María son una misma persona, la pecadora penitente y perdonada, que Juan también menciona por su nombre aclarándonos que vivía en Betania".

Pero esta conclusión no es necesaria porque:

no hay por qué relacionar a Juan con Lucas; los relatos difieren en varios detalles. Así, por ejemplo, la unción, según Lucas, tiene lugar en casa de Simón el Fariseo; su relato hace explícita referencia a los pecados de la mujer que unge a Jesús. Pero Mateo, Marcos y Juan, por su parte, hablan de la unción en Betania en casa de un tal Simón (Juan no aclara el nombre del dueño de casa, sólo señala que Marta servía y que Lázaro estaba presente), y mencionan el gesto hipócrita de Judas en relación con el precio del perfume, sin sugerir que la mujer fuese una pecadora. Sólo Juan nos ofrece el nombre de la mujer, que los demás no mencionan.

los «siete demonios» no significan un gran número de pecados, sino -como lo aclara allí mismo Lucas- «espíritus malignos y enfermedades»; este significado es más conforme con el uso habitual en los evangelios.

Dos teorías

Los argumentos a favor de la identificación de los tres personajes, como vemos, son débiles. Sin embargo, tal identificación cuenta a su favor con una larga tradición, como se ha mencionado. Hay que decir también que los argumentos a favor de la distinción entre las tres mujeres tampoco son totalmente concluyentes. Es decir que ambas teorías cuentan con razones a favor y en contra, y de hecho, a lo largo de la historia, ambas interpretaciones han sido sostenidas por los exégetas: así, por ejemplo, los latinos estuvieron siempre más de acuerdo en identificar a las tres mujeres, y los griegos en distinguirlas.

Una respuesta "oficial"

A pesar de que ambas posturas cuentan con argumentos, hoy en día la Iglesia Católica se ha inclinado claramente por la distinción entre las tres mujeres. Concretamente, en los textos litúrgicos, ya no se hace ninguna referencia -como sí ocurría antes del Concilio- a los pecados de María Magdalena o a su condición de "penitente", ni a las demás características que le provendrían de ser también María de Betania, hermana de Lázaro y de Marta. En efecto, la Iglesia ha considerado oportuno atenerse sólo a los datos seguros que ofrece el evangelio.

Por ello, actualmente se considera que la identificación entre Magdalena, la pecadora y María es más bien una confusión "sin ningún fundamento", como dice la nota al pie en Lc 7, 37 de "El Libro del Pueblo de Dios". No hay dudas de que la Iglesia, a través de su Liturgia, ha optado por la distinción entre la Magdalena, María de Betania y la pecadora, de modo que hoy podemos asegurar que María Magdalena, por lo que nos cuenta la Escritura y por lo que nos afirma la Liturgia, no fue "pecadora pública", "adúltera" ni "prostituta", sino sólo seguidora de Cristo, de cuyo amor ardiente fue contagiada, para anunciar el gozo pascual a los mismos Apóstoles.

La liturgia de su fiesta

Los textos bíblicos que se proclaman en su Memoria (que se celebra el 22 de julio) hablan de la búsqueda del «amado de mi alma» (Cant 3, 1-4a) o de la muerte y resurrección de Jesús como misterio de amor que nos apremia a vivir para «Aquel que murió y resucitó» por nosotros (2 Cor 5, 14-17). Ell evangelio que se proclama en la Misa es Jn 20, 1-2.11-18, es decir, el relato pascual en que Magdalena aparece como primera testigo de la Resurrección de Jesús, lo proclama «¡Maestro!» y va a anunciar a todos que ha visto al Señor. Como se ve, ninguna alusión a sus pecados ni a su supuesta identificación con María de Betania. Sólo pervive de esta supuesta identificación el hecho de que la Memoria litúrgica de Santa Marta se celebra justamente en la Octava de Santa Magdalena, es decir, una semana después, el 29 de julio. Santa María de Betania aun no tiene fiesta propia en el Calendario Litúrgico oficial.

Los textos eucológicos de la Misa de la Memoria de Santa María Magdalena nos dicen, por su parte, que a ella el Hijo de Dios le «confió, antes que a nadie... la misión de anunciar a los suyos la alegría pascual» (Oración Colecta). Magdalena es aquella «cuya ofrenda de amor aceptó con tanta misericordia tu Hijo Jesucristo» (Oración sobre las Ofrendas) y es modelo de «aquel amor que [la] impulsó a entregarse por siempre a Cristo» (Oración Postcomunión). 

En la Liturgia de las Horas ocurre otro tanto, ya que los nuevos himnos compuestos después de la reforma litúrgica (Aurora surgit lúcida para Laudes y Mágdalæ sidus para Vísperas) hacen hincapié en los mismos aspectos: María Magdalena como testigo privilegiado de la Resurrección, primera en anunciar a Cristo resucitado, y fiel e intrépida seguidora de su Maestro. Algo similar se verifica en los demás elementos del Oficio Divino, en los que -nuevamente- no hay alusión ninguna a los supuestos pecados de la Magdalena ni a su condición de hermana de Marta y Lázaro.

Como claro contraste, cabe señalar que en la liturgia previa al Concilio, la Memoria del 22 de julio se llamaba «Santa María Magdalena, penitente», y abundaban las referencias a su pecado perdonado por Jesús y a su condición de hermana de Lázaro. El evangelio que se proclamaba era justamente Lc 7, 36-50, es decir, la unción de Jesús a cargo de «una mujer pecadora que había en la ciudad»: "in civitate peccatrix".

Finalmente, mencionemos que el culto a Santa María Magdalena es muy antiguo, ya que la Iglesia siempre veneró de modo especial a los personajes evangélicos más cercanos a Jesús. La fecha del 22 de julio como su fiesta ya existía antes del siglo X en Oriente, pero en Occidente su culto no se difundió hasta el siglo XII, reuniendo en una sola persona a las tres mujeres que los Orientales consideraban distintas y veneraban en diversas fechas. A partir de la Contrarreforma, el culto a María Magdalena, "pecadora perdonada", adquiere aun más fuerza.

La leyenda oriental señala que después de la Ascensión habría vivido en Éfeso, con María y San Juan; allí habría muerto y sus reliquias habrían sido trasladadas a Constantinopla a fines del siglo IX y depositadas en el monasterio de San Lázaro.

Otra tradición -que prevalece en Occidente- cuenta que los tres "hermanos" (Marta, María "Magdalena" y Lázaro) viajaron a Marsella (en un barco sin velas y sin timón). Allí, en la Provenza, los tres convirtieron a una multitud; luego Magdalena se retiró por treinta años a una gruta (del "Santo Bálsamo") a hacer penitencia. Magdalena muere en Aix-en-Provence, adonde los ángeles la habían llevado para su última comunión, que le da San Máximo. Diversos avatares sufren sus reliquias y su sepulcro a lo largo de los siglos.

Estas leyendas, naturalmente, no tienen ningún fundamento histórico y, como otras tantas, fueron forjadas en la Edad Media para explicar y autentificar la presencia, en una iglesia del lugar, de las supuestas reliquias de Magdalena, meta de innumerables peregrinajes.

Finalmente, cabe consignar que el apelativo "Magdalena" significa "de Magdala", ciudad que ha sido identificada con la actual Taricheai, al norte de Tiberíades, junto al lago de Galilea. 




DESDE MI CALLE



SILECIOS Y CONCLUSIONES


“¡Por favor, cierren los ojos!”. Este es el título de un librito que he leido en las vacaciones. Tomé varios apuntes del mismo, pues me ha impresionado su lectura, ya que pone nombre a inquietudes que me habitan, porque da claves para entender todo lo que padecen nuestras sociedades y sus individuos, porque nos lleva a buscar otro tipo de “tiempo”. Su lectura, repito, dejó en mi mente un rosario de resonancias. Si, yo, también me invito e invito a "cerrar los ojos", a "detener la mirada", a entrar en silencio. ¿Porqué?

 l¿Qué sería un vivir en el que nada concluye, en el que todo sigue y sigue… sin término? Imaginémonos  metidos en una cadena de producción, haciendo siempre los mismos gestos, tratando siempre el mismo material, configurándolo una y otra vez de la misma manera y así minutos y minutos, horas y horas, días y días… ?
¿Qué sería una existencia en la que las relaciones nunca maduran? No llegan a ser amistad, no llegan a ser amor, no toman una configuración decisiva y última. ¡Todo es un flirteo sin consecuencias! Imaginemos una vocación que siempre es provisoria, de tanteo permanente, que nunca toma forma! ¡Sin conclusión! .
Imaginemos un nacer sin conclusión: ¡el drama de un ser humano inmortal! Imaginemos una muerte sin nacimiento. Por eso, nos resulta tan horrible pensar en un final de nuestra vida sin alicientes, sólos, desamparados, sin nadie a nuestro lado. Un final sin conclusión. Ese final nos resullta incomprensible y nos agobia infinitamente. ¿Nos imaginamos un relato sin conclusión? ¿Una historia sin fin? ¿Un espacio ilimitado?
Lo decía Hegel: “todo lo razonable tiene una conclusión”. El tiempo sin conclusión lleva, a la corta o a la larga, a la depresión, al vacío, a la angustia, a la locura… El tiempo sin conclusión no tiene mensaje cierto, ni sentido pleno. Y como es así, entonces queremos que pase cuanto antes, y llega la aceleración del tiempo. Hacemos zapping. No nos detenemos en nada. Buscamos neuróticamanete lo que viene después. Entramos en el vértigo de lo siguiente, y lo siguiente de lo siguiente…. Todo pasa rápido, rapidísimo. No nos detenemos. No hay razón para cerrar los ojos, ni para detener la mirada. Sólo para esperar ansiosamente la página siguiente, lo que viene después.  Este es el frenesí del tiempo sin conclusión.
Estamos en la sociedad de la información. Se acumula la información de última hora. La información nunca concluye. Estás ocupado con una noticia y ya viene otra que quiere borrarla de nuestra mente. La información se multiplica numéricamente. Pero no ofrece una unidad de sentido. ¡No hay conclusión! 
Sólo lo que tiene inicio y conclusión es “unidad de sentido”. “Nacer y morir”. No tiene sentido nacer sin conclusión, o una conclusión sin nacimiento.  Si es importante el inicio, también lo es la conclusión. Así es la vida como relato y no como una serie de informaciones sobre hechos sucedidos. Vivir es vivir el tiempo con ritmo y cadencia, vivirlo musicalmente como una pieza, como unidad de sentido. Ese el tiempo que nos llena, que nos regenera. En cambio el tiempo acelerado, frenético, acumulativo nos vuelve caóticos, desestructurados, contradictorios y, en última instancia, depresivos.
Decimos que un ordenador nos ahorra tiempo: operaciones que nos llevarían muchas horas, las realiza en unos segundos. Pero el ordenador no nos ofrece conclusiones o “sentido”, sólo acumulación de datos informativos, operaciones matemáticas.  Tales operaciones han sido aceleradas hasta lo impensable. El sistema se vuelve obeso, pero tal obesidad nos va paralizando e inutilizando.
La franja de un relato es estrecha. No se relata todo. Lo importante en un relato no es ofrecer una información excesiva, sino seleccionarla y formar unidades de sentido con su conclusión.
Mientras vivimos tenemos la experiencia del instante. El instante es el momento feliz y pleno o el momento terrible. “Sucedió en un instante….”, decimos estremecidos. El instante es también una conclusión. El instante tiene sentido en sí mismo, se basta a sí mismo, no necesita más. Cuando contemplamos una imagen y cerramos los ojos, hacemos que la imagen nos hable en el silencio. Sin ese silencio la imagen se desparrama, se pierde, se olvida. El silencio hace concluir ese breve espectáculo estético. Cuando contemplamos una flor y olemos su aroma, llevamos a conclusión esa contemplación. ¿De qué me sirve visitar a toda velocidad un museo? Puedo quedar informado de la cantidad de imágenes allí expuestas, pero sin detener la mirada, sin saborear la belleza, no ha habido “conclusión”. He visto muchas cosas, pero no he contemplado las sorprendentes formas de la belleza, ni sus símbolos. Sin conclusión todo se diluye; sin conclusión no se construye un yo estable, que sería como una forma de conclusión. No en vano son síntomas de depresión la falta de decisión, la incapacidad para decidir. Una cosa es contar numéricamente y otra es pensar reflexivamente. Podemos contar muy rápido; no podemos pensar aceleradamente.
La excesiva masa de información ahoga el pensamiento. También el pensamiento necesita silencio. Hay que cerrar los ojos para pensar. Ni pasado, ni futuro, ni recuerdo ni espera. El tiempo de la fiesta no es -sin más- un tiempo para la expansión, para la diversión. La fiesta misma es una forma de conclusión. Ella permite iniciar un tiempo totalmente nuevo. Sin la fiesta todo se vuelve banal, inconcluso; hasta el descanso no significa conclusión, sino recuperación para seguir bajo la dictadura del trabajo.
Para Hegel el amor es una conclusión. El amante muere en el otro. Cierra los ojos detiene la mirada. Pero esa parada permite el volver a uno mismo con un nuevo regalo, con un premio. El amor, como una conclusión absoluta presupone un salir de uno mismo. Es transformación. El abrazo es la señal que sigue a la conclusión; es su ratificación. También la fidelidad es una forma de conclusión, que introduce la eternidad en el tiempo.
Se dice, y con razón, que nacemos y morimos muchas veces. Así la vida tiene sentido.
DESDE MI CALLE, que sigue siendo la calle de todos.