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miércoles, 23 de julio de 2014

DESDE MI CALLE



Las penas con que podemos vivir
En una serie de tv, una de esas que se descargan en la red, me ha interesado su guión.Se nos presenta a una heroína profundamente conflictiva, Sarah, una mujer altamente sensible, que cría a la hija de un amo de esclavos y a un niño privilegiado. Pero la sensibilidad moral de Sarah corta su sensación de privilegio, y ella hace una serie de duras opciones para distanciarse tanto de la esclavitud como del privilegio.
Quizás lo más difícil entre esas duras opciones fue rehusar una oferta de matrimonio de parte de un hombre. Sarah desea vivamente el matrimonio, la maternidad y los hijos; pero, cuando el hombre a quien ha amado durante años le hace por fin la propuesta, hay cosas dentro de sí a las que ella no se comprometerá, y acaba diciendo “no”. ¿En qué consistía su incertidumbre?
Cuando su pretendiente le hace la propuesta, Sarah le pregunta si, en su matrimonio, ella podría proseguir aún su sueño de llegar a ser independiente. Su pretendiente -que sólo podía comprender un papel de la mujer como de madre y esposa- es sincero en su respuesta. Para él, eso no era posible. Sarah intuye inmediatamente las implicaciones de esa respuesta: “Fue su manera de decirme que yo no podía tenerle a él y a mí misma al mismo tiempo”. Entonces su pretendiente agrava más la situación sugiriendo que su deseo de llegar a ser independiente es simplemente una compensación, un ‘lo segundo mejor’, por no estar casada. Ella rehúsa su oferta.
Pero una renuncia no deja de ser dolorosa ni siquiera porque se ha hecho por una causa noble. A lo largo de su vida, Sarah siente con frecuencia una aguda pesadumbre por su opción, por haber sobrepuesto sus principios a su corazón. Sin embargo, hace eventualmente la paz con sus penas. Sintiendo más agudamente la amargura de su pérdida el día de la boda de su hermana, comparte con ella: “Suspiré por el casamiento de este penosísimo modo que una tiene de hacer romántica la vida que no escogió. Pero sentadas aquí ahora, supe que si yo hubiera aceptado la propuesta también lo habría lamentado. Habría elegido la pena con la que podría vivir lo mejor posible, eso es todo. Habría elegido la vida que me incumbía”.
Siempre habrá pesadumbres en nuestra vida, profundas pesadumbres. Tomás de Aquino escribió: “Toda opción es una renuncia”. Por esta razón, encontramos tan difícil hacer firmes opciones, particularmente cuando éstas pertenecen a algún tipo de compromiso permanente. Queremos las cosas correctas, pero no queremos renunciar a otras. ¡Queremos todo!
Pero no podemos tenerlo todo, ninguno de nosotros, sin importar lo llenos que estemos de talento, energía y oportunidad; y a veces nos cuesta mucho tiempo entender propiamente por qué. Por el momento, en la historia de la serie, Sarah, -treintañera, soltera, sin empleo, mayormente alejada de su propia familia, frustrada por los obstáculos de la sociedad y sus limitadas opciones como mujer- vive como huésped con una mujer amiga. Una tarde, sentada con ella, lamentando los obstáculos de su vida, dice Sarah: “¿Por qué nos planteamos tan profundos anhelos… si éstos no llegan a nada?”. Era más un lamento que una pregunta.
Para Sarah si el mundo fuera sólo hermoso, no tendríamos sueños rotos. En cierto modo, tiene razón; mucho de lo que es erróneo en este planeta es obra nuestra. Pero nuestras frustraciones nos unen finalmente a una raíz más profunda y menos culpable, la insuficiencia de la vida misma. La vida, este lado de la eternidad, no es completa. Nosotros, este lado de la eternidad, no somos completos. Este lado de la eternidad de ningún modo es completo. En la serie se citan unas palabras de Karl Rahner: “En la angustia de la insuficiencia de cada cosa alcanzable, nosotros aprendemos por fin que, en esta vida, todas las sinfonías tienen que quedar inacabadas”.
Esto tiene muchas implicaciones; no es la menor el simple -aunque no fácilmente digerible- hecho de que nosotros no podemos tenerlo todo ni hacerlo todo. Nuestras vidas tienen verdaderos límites, y necesitamos dejar de mortificar lo que tenemos y lo que hemos llevado a cabo por lo que no tenemos y por lo que no hemos realizado. A pesar del común mito en contra, ¡nadie lo consigue todo! La mayoría de nosotros -sospecho- puede referirse a alguno de estos pesares: “He criado bien a mis hijos, pero ahora nunca iré profesionalmente a ninguna parte. Tengo éxito en el trabajo, pero menos como esposo y padre. Nunca me casé, por razones equivocadas, pero ahora estoy soltero y solo. He sacrificado mi vida ordinaria por un ideal, pero ahora echo en falta fieramente lo que he tenido que abandonar”. O, como Sarah: “Nunca he comprometido mis principios, pero eso ha traído una brutal soledad a mi vida”.
La cuestión nunca es si vivimos con penas o sin ellas. Todos las tenemos. Aunque, con esperanza, hemos escogido la pena con la que podemos vivir del modo mejor.
DESDE MI CALLE, que sigue siendo la calle de todos.










PASTORAL: SANTO DEL DIA

SARBELIO MAKHLUF


Sarbelio Makhluf fue un monje maronita libanés que, después de años de vida comunitaria como monje, inició una vida de oración y penitencia hasta su muerte, acontecida el año 1898.
En el Líbano moderno, donde los católicos de rito sirio -llamados maronitas- eran perseguidos por los drusos, el humilde hijo de un mulero, Joseph Zarun Makhluf, ingresó en el monasterio de San Marón, en Annaya, donde fue ordenado sacerdote en 1859.
Youssef (José) nació el 8 de mayo de 1828 en un pequeño poblado del Líbano llamado Biqa-Kafra. Era el quinto hijo de Antonio Makhlouf y Brígida Choudiac, sencillos campesinos llenos de fe. Dos de sus tíos maternos eran monjes en el monasterio de Quzhaya, que distaba una hora de camino desde Biqa-Kafra. José los visitaba con frecuencia y se quedaba con ellos ayudando en los oficios divinos, participando en sus oraciones y cantos y escuchando sus sabios consejos.
Tenía veintitrés años cuando dejó casa y familia para entrar al monasterio de Nuestra Señora de Mayfouk de la orden maronita libanesa. Al recibir el hábito de novicio cambió su nombre por el de Sarbelio, nombre de un mártir de la iglesia de Antioquía que murió en el año 107 bajo el imperio de Trajano. Cuando su madre y su tío se enteraron de su decisión, se dirigieron inmediatamente a buscarlo al monasterio tratando de convencerlo de que regresara. Finalmente, Brígida, también convencida de la vocación de su hijo, le dijo: Si no fueras a ser buen religioso te diría: ¡Regresa a casa! Pero ahora sé que el Señor te quiere a su servicio. Y en mi dolor al estar separada de tí, le digo resignada: ¡Que Dios te bendiga, hijo mío, y que haga de ti un santo...!
Desde joven había desarrollado una intensa vida interior y de oración que durante sus años de monje había madurado. Pronto se despertó en él la vocación por la vida eremítica. Se retiró a la ermita de San Pedro y San Pablo en Gebel an Nour (Montaña de la Luz) que tenía sólo dos habitaciones pequeñísimas y un oratorio también estrechísimo. Comenzó esta vida más austera en el año 1875 y la llevó durante veintitrés años. Se ejercitaba en diversas mortificaciones y en la oración continua; dormía sobre el suelo y comía una sola vez al día. Ordinariamente oficiaba la misa hacia el mediodía de tal forma que pasaba la mañana preparándose para el Santo Sacrificio y la tarde dando gracias a Dios. Vivía en el más absoluto retiro, del que sólo salía para atender alguna necesidad pastoral.
No le había bastado ser un monje modelo de piedad, trabajo y obediencia, sino que, como los padres del desierto, vivió en una desnuda celda llevando una vida sencilla y tremendamente austera. Dormía sólo tres horas reposando sobre una tabla cubierta de hojas secas con un trozo de madera para apoyar su cabeza y envuelto en sus desgastados hábitos y una delgada cobija. A esta celda llegaban muchos visitantes para pedir sus consejos, sus oraciones y su bendición.
San Sarbelio se ofreció todos los días de su vida, y el Señor se lo llevó consigo al terminar la consagración de su Misa de Nochebuena: el 16 de diciembre de 1898 estaba celebrando la misa hacia las once de la mañana, cuando le sobrevino un ataque de parálisis en el momento de la consagración. Murió el 24 de diciembre y sus restos reposan en el monasterio de San Marón, actual meta de peregrinaciones y milagros incesantes. Fue canonizado el 9 de octubre de 1977 por el papa Pablo VI.
Al abrir la fosa donde estaba enterrado san Sarbelio y otros cincuenta y dos monjes por motivo de una inundación, encontraron su cuerpo incorrupto, y un líquido rojizo saliendo de su cuerpo. Por cincuenta y cuatro años consecutivos fue desenterrado el cuerpo de san Sarbelio y siempre se veía el cadáver tan fresco como si estuviera dormido. Aunque un médico retiró finalmente todos los órganos del cuerpo, el flujo de sangre no paraba. Con la unción de este líquido, se dieron muchísimas curaciones milagrosas, y no sólo del cuerpo sino del alma: pecado, indiferencia, odio e incredulidad.
Para su beatificación se necesitaba un milagro reconocido por médicos y teólogos: se contaron hasta 1.200 milagros.