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miércoles, 22 de octubre de 2014

DESDE MI CALLE




IMPOSTORES


Aunque ya no existen muchas cosas con las qué asombrarme, una de ellas ha sido la de ese joven, admirador de Alejandro Agag, que apoyándose en un "brillante curriculuum" de impostor, al que se le ve en fotografías ante el Rey y junto a Aznar,  testimonios de un alcalde al que prometió una mariscada con Felipe VI, y logró todo excepto la presencia del monarca. No hubo Rey pero sí restaurante, prensa, policía, coches de alta gama, guardaespaldas, algun empresario...

Parece que la experiencia que dan los años ayuda a distinguir al profesional del impostor, al original de la copia, pero no es así. Cuesta diferenciar el periodismo de la propaganda, la inspección oficial de la instalación del gas de la del estafador. La verdad se considera muchas veces gemela de la apariencia.

El veinteañero Frank sabía a quién dirigirse y qué ofrecerle. Tenía un modelo existente, Agag, pero no era Agag. Sabía que los reyes atraen a los políticos y a los empresarios, aunque a veces no sepan para qué, y que el marisco marida bien con esas situaciones. Sabía lo que hay que saber y era capaz de desarrollarlo, pero conseguirlo todo no estaba en sus manos. Frank habría sido mucho más feliz que Rodrigo Rato haciendo sonar la campana de la salida a Bolsa de Bankia, pese que al que fue vicepresidente del Gobierno se le ve achinado por la sonrisa y con el pulgar alzado en señal de logro. A Rato, que había logrado la mayor integración bancaria española con siete cajas de ahorro construidas con ladrillo podrido, y con uno de los mayores salarios de los directivos de cajas (2,3 millones de euros anuales, otros ingresos aparte) se le hacía responsable de lo que el Fondo Monetario Internacional - donde Rato había representado el papel de director gerente - declaró como el mayor peligro para el sistema bancario español.

Con estos ejemplos ¿qué van a aprender los jóvenes?