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martes, 2 de diciembre de 2014

PASTORAL: SANTO DEL DIA




SAN FRANCISCO JAVIER
(1506-1552)


Misionero por vocación, nació en el castillo de Javier (Navarra).Estudió en Sangüesa y París (conde coincidió con san Ignacio de Loyola en el colegio de Santa Bárbara). A los veintitres años es ya catedrático de Filosofía.

Su vida sólo puede resumirse en sus viajes a Extremo Oriente; pasando por la India; en Goa combatió la deportación escandalosa de los cristianos y difundió el Evangelio por toda la región; predicó en las Molucas; en Ceilán convirtió a un gran número de gentes; de Japón se libró de ser decapitado por muy poco, hasta llegar a China, donde su labor evangelizadora es de resaltar: "de que me sirve ganar todo el mundo, ser el primero, si es con detrimento de mi alma".

La meta del jesuita siempre fué China, pero nada más llegar allí cayó enfermo de fiebre y murió.

Es considerado cofundador de la Compañía de Jesús con san Ignacio de Loyola.

Se le representa con el hábito congregacional, crucifijo en la mano, con un cangrejo en la playa, ante un indio arrodillado, curando leprosos, predicando o bautizando y en general en escenas taumatúrgicas.

Patrono de los misioneros, navegantes, jesuitas, y de Navarra.

Invocado contra la peste, el granizo, los viajes por mar, y para una muerte digna.

EN MI RINCON



MITOS Y LEYENDAS

La taza de té




Es conocida la historia de Nan-in, un Maestro japonés que vivió en la era Meiji, y lo que le sucedió con un profesor universitario que fué a visitarlo intrigado por la afluencia de jóvenes que acudían al jardín del Maestro.

Nan-in era admirado por su sabiduría, por su prudencia y por la sencillez de su vida, a pesar de haber sido en su juventud un personaje que había brillado en la Corte. Aceptaba en silencio que algunos se sentaran con él al caer de la tarde, pero no debía importunarlo después de la meditación. Entonces, parecía algo serio y hasta tosco, pero no era más que la necesaria readaptación mientras trabajaba en su jardín, pelaba patatas o remendaba la ropa.

El prestigioso profesor se hizo anunciar con antelación haciendo saber que no disponía de mucho tiempo, pues tenía que regresar a sus tareas en la universidad.

Cuando llegó, saludó al Maestro y, sin más preámbulos, le preguntó por el Zen. Nan-in le ofreció el té y se lo sirvió con toda la calma del mundo. Y aunque la taza del visitante ya estaba llena, el Maestro siguió vertiéndolo. El profesor vió que el té se derramaba y ya no pudo contenerse.

-- ¿Pero no se da cuenta que está completamente llena? !Ya no cabe ni una gota más!

-- Al igual que ésta taza, respondió Nan-in, sin perder la compostura ni abandonar su amable sonrisa, usted está lleno de sus opiniones. ¿Cómo podría mostrarle el camino del Zen si primero no vacía su taza?

Airado, el profesor se levantó y con una mera inclinación de cabeza se despidió sin decir palabra.

Mientras el Maestro recogía la taza y limpiaba el suelo, un joven se acercó para ayudarle.

-- Maestro ! cuánta suficiencia! Qué dificil debe ser para los letrados comprender la sencillez del Zen.

-- No menos que para muchos jóvenes que llegan cargados de ambición y no se han esforzado por cultivar las disciplinas del estudio. Al menos, los estudiosos ya han hecho una parte del camino y tienen algo de lo que desprenderse.

-- Entonces Maestro, ¿ cuál es la actitud correcta?.

-- No juzgar y permanecer atento.