Nuestra Señora de las Lajas
En los límites entre Colombia y Ecuador hay un santuario hermosísimo, maravilla de quienes lo visitan. Allí se venera la imagen de nuestra Señora de las Lajas, y miles y miles de peregrinos de los dos países la visitan cada año y obtienen maravillosos favores de Dios.
Cuenta la tradición que una india iba por aquellos campos buscando leña cuando observó unos resplandores en una roca. Se acercó y vio pintada en la piedra una bella imagen de la Sma. Virgen del Rosario. Dio la noticia al Señor Cura de Ipiales el cual se trasladó allí con varios vecinos y al contemplar tan bella y atrayente imagen se propuso construir en el sitio un templo a Nuestra Señora.
Sigue contando la tradición que aquella india, Juana Mueses, llevaba sobre sus espaldas una hija llamada Rosa, que era sordomuda, y que la niñita al ver la sagrada imagen pronunció el dulce nombre de María, y quedó curada de su mudez y de su sordera.
La santa imagen representa a la Virgen del Rosario, con sus dos grandes devotos: Santo Domingo y San Francisco. Allí junto a ella se han obrado milagros impresionantes, y por eso es visitada por tan inmenso número de peregrinos.
Siempre tenemos que recordar que quien hace el milagro no es la imagen que es pintura y materiales sin vida, sino Dios Santísimo, quien al ver la fe de los devotos y al oír los ruegos que la Madre Santísima le hace por ellos, les concede toda clase de bendiciones y ayudas.
El nombre de "Lajas" proviene de unas piedras muy lisas, llamadas así, y que componen todos aquellos alrededores. Este sitio es un cañón rocoso profundo e impresionante.
El templo es de estilo gótico y su presencia es imponente y majestuosa, proporcionada a la solemne majestuosidad de aquellos impresionantes abismos.
Uno de los más populares benefactores del templo de las Lajas fue "el ciego Rivera", quien sin la luz de sus ojos recorrió campos, pueblos y ciudades mendigando dinero para comprar materiales con los cuales construirle el santuario a Nuestra Señora. Es el amor a la Madre que no repara en sacrificios con tal de poder levantarle un templo digno de tan Gran Benefactora. Nos podemos imaginar cómo le habrá recompensado Ella en la eternidad.
El arquitecto Espinoza la construyó con obreros que no sabían nada de construcción. Labradores campesinos a los cuales él tenía que enseñarles desde el modo como se hace una formaleta hasta la proporción en que hay que mezclar la arena y el cemento. Pero la buena voluntad pudo más que las dificultades que se presentaban. Y trabajando fueron aprendiendo.