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sábado, 15 de abril de 2017

PASTORAL: SANTO DEL DIA

San Benito José Labre
             Mendigo

             (1783)

Nació en Bologna, Francia, en 1748. Era el mayor de los quince hijos de un librero acomodado. Sus padres lo colocaron a estudiar junto a un tío sacerdote, el Padre Santiago, que todo se lo daba a los pobres y a quien la gente llamaba "un nuevo San Vicente".
Benito José sentía una enorme inclinación a la lectura de la Sagrada Escritura y a leer Vidas de Santos y libros religiosos. Tanto que su tío tenía que recordarle de vez en cuando que debía dedicar también tiempo suficiente a estudiar otras materias. Otra de sus inclinaciones era hacia la vida retirada del mundo, hacia la vida de oración y de meditación, apartado del trato con los demás.

Su tío sacerdote murió por atender a enfermos de peste, y entonces Benito José se propuso entrar a algún convento donde la vida fuera totalmente dedicada a la oración, el silencio y las penitencias. Viajando a pie centenares de kilómetros, muchas veces por entre la nieve, visitó varios conventos de Cartujos y de Trapenses (monjes en perpetuo silencio) pero en cada convento le respondieron que la edad mínima para entrar era de 24 años, y que como sólo tenía 20 años, no podía ser admitido. Al fin en un convento hicieron una excepción y lo admitieron, pero entonces le llegó la enfermedad de los escrúpulos (imaginar que es pecado lo que no lo es) y le empezaron terribles angustias, que el mismo Superior tuvo que aconsejarle que se retirara, porque su temperamento no era para vivir encerrado en un convento. Benito bajó humildemente la cabeza y dijo: "Hágase la santa voluntad de Dios", y se alejó meditabundo
Desde entonces empieza Benito José una vida poco común. Dispone conseguir la santidad siendo un perpetuo mendigo, un peregrino errante, de santuario en santuario. Benito se propuso dedicar muchos años de su vida a visitar los santuarios más famosos de Europa, a pie, descalzo, pidiendo limosna, vestido como un pordiosero y dedicado únicamente a rezar, meditar y hacer penitencia.San Benito José Labre

Andaba descalzo (aun en plena nieve, pedregales o barro) con un vestido sumamente viejo y descolorido, lleno de remiendos. Con un pobre morral donde únicamente llevaba la Imitación de Cristo y un Devocionario para leer los Salmos y otras oraciones, practicaba el consejo de Jesús: "No llevéis alforja con provisiones, ni dinero, ni dos túnicas" (Mr. 6,8). Se propuso ser un monje errante, un vagabundo de Dios, un ser tan espiritual que olvidado de su cuerpo, vivirá de lo que a los demás les sobre. Para siempre será ya un peregrino errante. Sobre su camisa remendada lleva un escapulario y un crucifijo. Las primeras tres noches que estuvo en Roma (después de viajar centenares y centenares de kilómetros desde Francia, a pie, pidiendo limosna) las pasó en un hospicio de pobres, pero luego le pareció que eso era demasiado lujo para él y en adelante dormirá siempre a la intemperie o en el quicio de una puerta, o bajo un puente, o al abrigo de una escalera, o donde la noche lo sorprenda. Nunca aceptaba un lecho o una cama. Lo más que aceptaba era un costal para acostarse en él. Quería asemejarse a Jesús que no tenía ni una piedra para recostar la cabeza. Su filosofía era la de las avecillas del cielo, a las cuales Dios alimenta y que no viven preocupadas por el día de mañana, porque el Padre Dios sabe muy bien que es lo que vamos a necesitar. Las personas ordinarias al verlo sentían desprecio por él y los orgullosos hasta le tenían asco, pero las personas muy espirituales sentían hacia él una honda admiración.
Como si fuera un monje cartujo, por los caminos no hablaba con nadie, a no ser que sintiera la inspiración para decirle alguna palabra espiritual a alguien. Cuando le daban una limosna (que él nunca pidió a nadie) daba las gracias y buscaba a otro más pobre para dársela a él. Andaba por todos esos caminos de Europa de santuario en santuario, desde España hasta Francia, Alemania, Italia, etc., absorto, como dedicado a la contemplación y a hablar con Dios. Cuando llegaba a un santuario se pasaba los días enteros orando allí ante la santa imagen. Cuando oraba ante el Santísimo Sacramento o ante un crucifijo se le pasaban las horas sin darse cuenta y a veces se elevaba varios centímetros por los aires.

A un sacerdote que le preguntó de qué estaba compuesto él para ser capaz de soportar semejante vida le dijo: "Mi cerebro está compuesto de fuego para amar a Dios. Mi corazón es de carne para poder tener caridad para con el prójimo. Mi voluntad es de bronce para tratarme duro a mí mismo".
A otro que le recomendó que no durmiera en el suelo le respondió: "Me parece que Dios quiere que yo le sirva de esta manera. Los pobres dormimos en el lugar donde nos llega la noche… los que ya nos acostumbramos a la pobreza no necesitamos cama demasiado cómoda para dormir… además en este modo de vivir siento más facilidad para comunicarme con el buen Dios".
Las gentes le demostraban mucho desprecio y nada deseaba él tanto como ser despreciado y tenido por nada. Pero nunca lo lograban despreciar los otros como se despreciaba a sí mismo. Un hombre le regaló un día una limosna y Benito José se apresuró a obsequiársela a otro más pobre que él. El que le había dado la limosna creyó que eso era un desprecio y le dio una fueteara. Benito se dejó golpear sin pronunciar una sola palabra. En un santuario lo confundieron con un ladrón y lo sacaron a rastras del templo hacia la plaza. El no se defendió. En Gascuña se acercó a atender a un herido y las gentes dijeron que era él quien lo había atracado y le dieron una paliza. No dijo ni una palabra. Imitaba a Jesús de quien siete veces dice el Evangelio que callaba, mientras lo maltrataban.
Era tan flaco y desgastado que al dormir enroscado en un rincón las gentes lo confundían con un perro dormido y le daban patadas para que se fuera.
Y mientras más se humillaba él, más se preocupaba Dios por elevarlo. Su padre confesor que al principio dudaba mucho de él, se fue convenciendo cada día más y más de que se trataba de un verdadero santo y fue recogiendo datos para su biografía. Don Jorge Zittli un convertido, vio un día que Benito José se acercaba a una mujer que lloraba porque su hijito agonizaba y le dijo: "Deja de llorar mujer, que tu niño ya está bien", y al colocarle la mano sobre la cabeza del niño, éste quedó instantáneamente curado.

Desde 1777 su devoción preferida será asistir a las "Cuarenta horas", esta hermosa devoción que consiste en exponer la Santa Hostia (o sea el cuerpo de Cristo), y dedicarse los parroquianos durante 40 horas a rendirle, por turnos, piadosa adoración. Donde quiera que en Roma hubiera 40 horas en un templo, allí estaba Benito José los tres días adorando al Santísimo Sacramento. Tanto que la gente lo llamaba "El santo de las cuarenta horas".
El padre Daffini vio a Benito en el templo de los Santos Apóstoles, rodeado por un gran resplandor, mientras adoraba la Santa Hostia. María Poeti lo vio lleno de resplandores y elevarse sobre el suelo mientras adoraba al Señor en la Eucaristía. El padre Pompei, Capellán de Santa María La Mayor vio que sobre el corazón de nuestro santo se veían llamaradas mientras adoraba la Santa Hostia.
Los últimos años pasaba los días enteros en los templos orando y por las noches iba a dormir en las ruinas del Coliseo.
La debilidad lo obligó en sus últimos días a aceptar ser recibido en un albergue de mendigos de Roma, y allí su obediencia y su piedad llamaron la atención a los encargados. Benito era siempre el último en acudir a recibir su porción de sopa, y con frecuencia la regalaba a otro que tenía más hambre que él.
A principios de la cuaresma de 1783 adquirió un violento resfriado y el Miércoles Santo estando rezando en un templo cayó desmayado. Muchos acudieron a socorrerlo y un carnicero lo llevó a su casa para atenderlo. Le aplicaron la Unción de los Enfermos y el Jueves Santo - 16 de abril - a la madrugada pasó a la eternidad. Aquella mañana mientras las campanas de los templos de Roma repicaban en la ceremonia del Jueves Santo, su alma volaba a escuchar los repiques de gloria en el Reino de los Cielos.
Apenas se supo la noticia de su muerte, muchos niños empezaron a gritar por las calles: "¡Ha muerto el santo! ¡Ha muerto el santo!", y un gentío enorme acudió a venerar sus despojos y empezó una cadena admirable de milagros junto a sus reliquias.
Exactamente cien años después de su muerte, en 1883, fue declarado santo por el Sumo Pontífice. Varios volúmenes de documentos en Roma comprueban su gran santidad.


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CUENTOS Y LEYENDAS











BLANCA NIÑA Y LA REINA MORA



Era que se era un Rey que iba de caza, y encontró a Blancaniña, que estaba jugando con sus hermanos. Blancaniña tenía largos cabellos y el Rey se prendó de ella. Quiso llevársela con él en su caballo. El Rey le pidió a la niña que lo esperara, porque él quería traer hermosos vestidos, piedras brillantes y una carroza transparente, rodeada de caballeros, para que entrase como una reina.
Blancaniña sintió miedo al quedarse sola en el monte, pero el Rey la calmó diciéndole que volvería al día siguiente, a mediodía. Y se marchó.
La niña vio una fuente de aguas muy claras y se subió a una rama de alto árbol para esperar al Rey. Veía desde allí el camino; también se veía reflejada en el agua, como en un espejo.
Una morita vino con un gran cántaro a la fuente y vio la imagen de la niña en el agua y creyó que era ella misma. Y dijo suspirando:
-Mora, morita, de la morería...
¡Y venir por agua a la fuente fría! 
Tiró el cántaro y se fue. Pasó el sol alto a mediodía, y el Rey no vino. Blancaniña se entristeció porque temía que el Rey no volviera a buscarla. Y peina que te peinarás sus cabellos de oro con peines de plata fina.
Esa tarde volvió la morita con otro cántaro más pequeño, se acercó al borde del agua, vio otra vez a la niña, y creyendo nuevamente que era ella misma, dio un suspiro más hondo y nervioso y dijo:
-Mora, morita, de la morería...
¡Y venir por agua a la fuente fría! 
Estrelló con más fuerza el cántaro y se fue. Blancaniña sonrió, y siguió peinando sus cabellos pensativa.
Pasó alto otro sol de mediodía y el Rey no vino. Al atardecer volvió la morenita. Mientras llenaba su cántaro vio otra vez reflejada la niña en el agua y dijo, creyendo que era ella misma:
-Mora, morita, de la morería...
¡Y venir por agua a la fuente fría! 
Tiró el cántaro con tanta furia y enfado que Blancaniña rió, con risa cantarina.
La morita buscó de dónde venía la risa y vio a la niña sentada en la rama, y como tenía tanto enfado, pensó hacerle daño, y le dijo:
-¿Qué hace ahí, la blanca? ¿Qué hace ahí, la niña?
Y Blancaniña contestó:
-Estoy esperando al Rey,
que vendrá entre las doce y la una
a llevarme con él.
La morita se puso verde de envidia y dijo:
-¡Baja de allí, niña, que te ayudo a peinarte!
Y pensó encantarla y tomar su lugar.
Bajó la niña sin temor, y la morita se puso detrás, y comenzó a peinar los cabellos de Blancaniña con el peinecito de plata. Mientras le hacía las trenzas, en un movimiento rápido, le clavó un alfiler negro, y Blancaniña se convirtió en una paloma y salió volando en el azul cielo.
Por el camino venían dos hermanos de Blancaniña y le preguntaron a la morita si no había visto pasar por allí al Rey, con la niña montada en su caballo.
 La morita, al adivinar quiénes eran los muchachos, dijo rápida no saber nada de nada. Entonces, antes que se dieran cuenta de lo que allí sucedía, los convirtió en dos bueyes.
La morita se subió al árbol, y cuando el sol estuvo alto, vio venir al Rey con sus caballeros, pajes y una carroza de mucho rumbo.
La morita se bajó del árbol, se presentó al Rey, y éste, asombrado por el cambio, dijo:
-¿Dónde el color, la blanca? ¿Dónde el color, la bella?
Contesta la morita, muy desenvuelta:
-¡El sol de la espera volvíame morena!
El Rey no supo qué hacer del disgusto. Pero palabras son palabras, promesas son promesas.
Así fue que el Rey volvió a palacio con la morita y se casó con ella. Todas las mañanas, por los jardines de palacio llega una paloma diciendo:
-Jardín del Rey, jardín del amor,
¿qué hace el Rey, tu señor? 
-¡Ay, mi señor, casado con reina mora!  Unos días mudo, y otros llora. 
La paloma aleteando, aleteando, desaparecía. Volvió una y otra vez al jardín; entonces, el jardinero, maravillado, se lo contó al Rey.
El Rey le ordenó untar la ramita donde se posaba la palo
Cuando volvió al día siguiente, la paloma preguntó al jardinero:
-Jardín del Rey, jardín del amor,
¿qué hace el Rey, tu señor? 
-¡Ay, mi señor, casado con reina mora!
Unos días mudo, y otros llora. 
Cuando quiso volar se quedó pegada al rosal. El jardinero, con cuidado, la llevó a su señor. La paloma cautivó al Rey; entonces la puso en su mano, sentándose a la mesa a comer. La reina mora se enfureció cuando vio a la paloma beber en la copa del Rey. Ordenó a los criados que la asaran a la noche. El Rey, que acariciaba el plumón de la paloma, sintió bajo sus dedos la dura cabeza del alfiler. El Rey abrió unos ojos muy grandes y, de un tirón, quitó el alfiler. Apareció en sus brazos Blancaniña que, llorando, le contó todo lo que había pasado.
La mora, con sus artes, desapareció; los hermanos dejaron de ser bueyes y llegaron a palacio, cuando todos estaban de fiesta, por las bodas de Blancaniña y del Rey, su señor





CUENTOS Y LEYENDAS - SINUHE EL EGIPCIO






En el palacio real reinaba el silencio. Su faraón Amenemhat I había muerto, y toda la Corte mostraba su respeto en señal de duelo. Aunque también se sentía una gran preocupación en el ambiente… ¿quién sucedería al rey?
Sinuhé
El mayor de sus hijos, quien debía sucederle, se encontraba lejos de palacio al frente del ejército protegiendo el país. Rápidamente partieron mensajeros en su busca para informarle, y así, Sesostris I decidió regresar apresuradamente.
Por su parte, los demás hijos del rey Amenemhat I querían sucederle al enterarse de su muerte.
Sinuhé, hombre de confianza del faraón, observó que un hombre informaba a uno de los príncipes. Amenemhat había sido víctima de un complot, siendo asesinado por unos cortesanos que bajo las órdenes de este príncipe burlaron la guardia. Sinuhé temía por su vida, creyendo que al no haberse enterado de esas malas intenciones y no poder informar al futuro sucesor (Sesostris I) como era su deber, sería castigado a pesar de su inocencia. Pensó entonces en marcharse de Egipto.
Y así lo hizo. Sinuhé esperó el momento apropiado y tras esconderse evitando a los oficiales y cortesanos, se dirigió hacia el Delta del Nilo. Por la noche, tras esquivar la vigilancia de los centinelas, cruzó la frontera saliendo de Egipto.
Pero no contaba con una gran dificultad en su camino: el desierto. Caminando bajo el sol, muerto de sed, sintió como iba perdiendo sus fuerzas hasta caer sobre la arena. Y pasaron las horas, o incluso días, hasta que de pronto despertó al escuchar el sonido de un rebaño y una voces a su alrededor. Abrió los ojos y se encontró con un grupo de nómadas inclinados sobre él que lo observaban. Un hombre del grupo reconoció a Sinuhé, a quien había conocido en Egipto, y ordenó que le dieran de comer y de beber, invitándole a unirse a la caravana. De manera que accedió y les acompañó por el desierto ganándose el cariño de todos rápidamente.
El príncipe beduino Amunenshi había oído hablar de Sinuhé y requirió su presencia para proponerle que se quedara bajo su amparo, como ya habían hechos muchos otros egipcios.
-¿Por qué te fuiste de Egipto? ¿Ha ocurrido algo grave en tu tierra? –preguntó el príncipe Amunenshi.
Sinuhé le contó sobre la muerte del faraón y su temor a caer en desgracia. Y para no parecer un traidor, dado que se encontraban numerosos egipcios acogidos en la corte de Amunenshi, contestó:
-El primogénito del rey regresó a palacio y sin duda gobierna Egipto. Yo sólo he temido por mi vida, y por eso me he marchado.
Amunenshi quedó satisfecho con sus respuestas, y a partir de entonces Sinuhé se quedó en su Corte, quien rápidamente fue querido por todos. Se casó con la hija mayor del príncipe, y recibió como regalo las tierras más fértiles del oasis.
Sinuhé se convirtió en uno de los hombres más ricos y poderosos, llegando a ser jefe de una tribu. Incluso fue nombrado general de los ejércitos, ganando grandes batallas. Y de este modo, su fama se fue extendiendo.
Pero también existían hombres envidiosos. Y así fue que uno de los mejores guerreros de Retenu que sentía celos de Sinuhé se atrevió a desafiarle en combate.
Durante toda la noche, Sinuhé estuvo preparando sus armas. Todo el pueblo se había congregado nervioso para presenciar la lucha, pero la gran mayoría estaba a favor de Sinuhé.
El guerrero sirio era muy fuerte y valiente, y manejaba las armas con mucha habilidad. Sinuhé no era tan fuerte como él, pero era astuto y ágil. ¿Quién vencería el combate?.
El egipcio consiguió fácilmente esquivar las armas que el guerrero sirio arrojaba contra él, quedándose al poco tiempo sin armas con las que luchar, salvo con sus propias manos. El sirio se puso tan nervioso que se lanzó furioso contra Sinuhé, pero éste arrojó una flecha contra él venciéndolo.
El príncipe Amunenshi, y todo el pueblo, saltaban de alegría por la victoria de Sinuhé.