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lunes, 10 de noviembre de 2014
MITOS Y LEYENDAS
LA SEÑORA DE LA LAMPARA
Transcurre el año 1854, mientras se desarrolla la guerra de Crimea. Soldados ingleses, franceses y turcos combaten heroicamente bajo las murallas de Sebastopol. Todos los días llegan a la retaguardia carros tambaleantes, en los que gimen los heridos. Éstos son internados en hospitales improvisados: los médicos escasean, no hay enfermeras, se carece de medicamentos....
Pero un día se presenta entre ellos una frágil mujer, Florencia Nightingale, el ángel de la caridad y el amor, que con su obra dejaría preparado el camino para el advenimiento de ésa institución altamente humanitaria que es La Cruz Roja, concebida por el cirujano napolitano Fernando Palasciano y realizada por el filántropo suizo Enrique Dunant.
-!Florencia! No puedes hacer eso. Arriesgar tu vida; abandonar tus comodidades, las relaciones, la sociedad...
- !Es inútil, mamá: estoy decidida; tengo que ir. ¿Leiste lo que apareció en el "Times"?. A esos heridos les falta de todo, medicamentos, asistencia, limpieza. No puedo quedarme aquí ociosa, mientras tantas personas mueren entre sufrimientos atroces...
Sobre la mesa estaba abierto el "Times"; el célebre diario londinense hacía un extenso comentario acerca de la guerra de Crimea y concluía con una apelación a las mujeres inglesas para que acudieran a prestar asistencia a los heridos.
"¿No hay mujeres en Inglaterra -decía el diario- que tengan la valentía de socorrer a nuestros heridos, que estén dispuestas a hacer un sacrificio para aliviar los horribles sufrimientos de esos desdichados?".
Florencia Nightingale tuvo ésa valentía.
Un soldado le interceptó el paso.
-!Atrás, atrás! No se puede pasar...
- Por favor el hospital del campamento - dijo Florencia y enseñó el pase otorgado por las autoridades.
El centinela la miró asombrado y señaló un gran caserón gris.
Florencia entró ... y quedó como petrificada en el umbral, anonadada por el triste espectáculo que se presentaba ante sus ojos: una sala sucia, infestada de insectos, atestada de lechos de paja que se sucedían desordenamente y en los cuales sufrían centenares de jóvenes soldados.
Éste fué el ambiente en el que la delicada, la aristocrática Florencia Nightindale comenzó su labor. Había un sólo médico, y los heridos, los moribundos aumentaban día a día.
El cuerpo de enfermeros estaba constituido por unos pocos soldados heridos que apenas estaban en condiciones de arrastrarse de una punta a otra de aquella sala miserable.
Florencia inmediatamente advirtió que para empezar había que poner un poco de orden en ese infierno. Y en consecuencia no perdió el tiempo.
A un soldado le ordenó que barriese; a otro que cambiara la paja de los lechos; a un tercero que sacase la ropa sucia... Pero Florencia no daba sólamente órdenes: trabajaba, trabajaba hasta el agotamiento, más alla de todo límite imaginable.
Durante el día barría, lavaba, colaboraba con el médico en las operaciones más difíciles y peligrosas; de noche hacía guardia para los enfermos, caminando por los pasillos con una lámpara en la mano. Y nadie que recurriera a ella dejaba de obtener un sorbo de agua, una palabra de consuelo y de aliento que le ayudara eficazmente a soportar sus padecimientos.
En los momentos de tregua, cuando los enfermos callaban y el silencio se adueñaba de la estancia, Florencia se sentaba a la mesa y se daba con ahinco a la tarea de escribir centenares y centenares de cartas.
Escribía a la madre de un herido, escribía a las familias de los soldados heridos, escribía a los amigos pidiendo dádivas y auxilio.
También conoció el horror del campo de batalla, en el que trabajó incansablemente en beneficio de los heridos, en medio del fuego y la destrucción. Allí organizó un servicio de ambulancias que dió excelentes resultados.
-!Ah no, ésta no es una mujer!...- murmuraban los heridos - !es un hada!
- !Es un ángel, un ángel de caridad....
Florencia Nightindale estaba por todas partes con su gracia y su sonrisa, prodigándose sin desmayo en beneficio de la organización de los servicios asistenciales, cuidando cada detalle a fin de dispensar la mejor atención a los heridos.
A su llamado habían acudido otras enfermeras, que trabajaban a la par de ella, estimuladas por su ejemplo.
La "señora de la lámpara" era, entre todos los horrrores y sufrimientos de la guerra, literalmente una luz de noble caridad humana
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