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martes, 12 de agosto de 2014

PASTORAL: SANTO DEL DIA




PONCIANO, Papa, e HIPOLITO, Presbitero


Al llegar Ponciano a la Cátedra de Pedro en el año 230, encontró a la Iglesia dividida por un cisma, cuyo autor era el sacerdote Hipólito, un maestro afamado por su conocimiento de las Escrituras y por la profundidad de su pensamiento.

Hipólito no se había avenido a aceptar la elección del diácono Calixto como Papa (217) y a partir de ese momento, se había eregido en jefe de una comunidad disidente, estimando que él representaba a la tradición, en tanto que Calixto y sus sucesores cedían peligrosamente al último capricho.

El año 235 estalló la persecución de Maximiano. Constatando que los cristianos de Roma se apoyaban en los dos obispos, el emperador mandó que arrestasen a ambos, y les condenó a trabajos forzados.

Para que la Iglesia no se viera privada de cabeza en circunstancias tan difíciles, Ponciano renunció a su cargo e Hipólito hizo otro tanto. Deportados a Cerdeña se unieron en una misma confesión de fé, y no tardaron en encontrar la muerte.

Después de la persecución, el Papa Fabián (236-250) pudo llevar a Roma los cuerpos de ambos mártires. El 13 de Agosto es precisamente el aniversario de esta traslación. Pronto se echó en olvido que Hipólito había sido el autor del cisma. Sólo se tuvo presente al mártir y doctor, hasta tal punto, que un dibujo del siglo IV asocia sus nombres a los de Pedro y Pablo, Sixto y Lorenzo.



DESDE MI CALLE


ALICIENTE ADECUADO

A veces las cosas pueden parecer ser buenas artificialmente, mientras, en el fondo nada es bueno. En la historia se puede comprobar que las cosas distan de ser buenas. Para unos, la vida parece muy buena por fuera, pero por dentro está llena de resentimiento y amargura. Son  envidiosos con aquellos a los que creen que estáN mejor considerados que ellos por sus allegados. ¿Que está sucediendo para que así piensen? ¿Será que sus energías están equivocadas?.

No juzguemos severamente, pues necesitamos tener la honradez de confesar que todos nosotros peleamos por estar considerados por los demás como generosos y provistos de gran moralidad. Lo que agota la energía es el resentimiento, la auto-compasión, la propensión a la amargura. Tristemente, con frecuencia, el sentimiento que nos invade cuando entregamos nuestra vida a otras personas, no es de gozo y de gratitud, ni de buen sentido de permanecer en el servir a nuestros semejantes, sino más bien el resentimiento que cargó sobre nuestros hombros-esa que tanto otros la evadieron- y que demasiado frecuentemente encontramos un espíritu de amargura que tiñe y compromete nuestra generosidad.

¿Cómo podríamos hacerlo? ¿Cómo podríamos acercanos a nuestros semejantes sin caer en la envidia, en la auto-compasión y en la amargura?

En la verdadera ,medida en que miremos dentro de nosotros mismos para vivir en favor de otros, corremos el incesante riesgo de caer en esa especie de amargura que nos persigue cuando sentimos que hemos perdido la oportunidad de beneficiarnos de algo. Eso es una eventual casualidad, muy seria. Nuestro interés debe de estar siempre enfocado en el tesoro, la perla de gran valor, el rico significado, el auto-legítinamente gozo que es el fruto natural de cualquier servicio moral. Y esa gozosa energía nos llevará más allá de la auto-compasión y la envidia de lo amoral.

Deberíamos, pues, encontrar dentro de nosotros mismos, ese aliciente de servicio a los demás, aparcando a un lado el encontrar en nuestra amargura y auto-compasión, una excusa que nos impida dar lo mejor de nosotros. 

DESDE MI CALLE, que sigue siendo la calle de todos