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viernes, 1 de agosto de 2014

PASTORAL. SANTO DEL DIA


SAN EUSEBIO DE VERCELLI

Obispo, nacido en la isla de Cerdeña a finales del siglo III. Murió, probablemente, en Vercelli (Italia), en el año 371. En el Martirologio romano figura como mártir, pero son varios los historiadores que lo niegan.
La persecución volvía a sacudir violentamente a la Iglesia. Constancio, por caminos de sangre, se había hecho dueño absoluto del Imperio romano; y quería también imponer en ella su voluntad.
Ganado a la herejía arriana por su esposa, declarábase adicto a la impiedad, con el mismo tesón con que su padre, Constantino, defendiera a la Iglesia recién salida de su bautismo de sangre.
Eusebio de Vercelli, es, sin duda, una de las más brillantes figuras del orden episcopal; y ha pasado a la historia como uno de los más celosos y fuertes defensores de la fe católica, contra la violencia impetuosa de la primera gran herejía que conoció la Iglesia: el arrianismo, que negaba la divinidad de Jesucristo.
Clérigo dotado de vivo ingenio y generoso y noble corazón, residía en Roma ejerciendo sus ministerios, respetado y venerado por todos. Y aconteció que, habiendo vacado la sede episcopal de Vercelli, ciudad comprendida hoy en el Piamonte, y conociendo sus moradores las grandes virtudes de Eusebio, fue proclamado por todo el clero y pueblo Obispo de la Diócesis.
Los arrianos fueron solamente quienes lamentaron su consagración episcopal.
El nuevo Prelado vivía comunitariamente con su clero, llevando una vida parecida a la de los monjes del desierto. Se ocupaban en la oración, el estudio y el trabajo manual. El fue el primero que reunió, en Italia, la vida monástica y la clerical.
Su casa era como un pequeño seminario, de donde salieron ilustres sacerdotes y obispos.
Pero el arrianismo, después de asolar casi toda la Iglesia oriental, había penetrado hasta Occidente; y no satisfecho Eusebio con mantener a sus ovejas en la firmeza de la fe católica, no cesaba de declararse contra el error, por cuyo motivo era considerado como uno de los más temibles enemigos de la herejía.
Afligido el Papa Liberio por las sangrientas disputas que turbaban la paz y la tranquilidad de la Iglesia, pensó en la reunión de un Concilio, pidiendo a Eusebio interpusiera su autoridad ante el emperador para lograr de él la convocación. Asimismo, el Pontífice le suplicaba que juntamente con sus legados presidiera la Asamblea.
Eusebio, sin considerar el riesgo a que exponía su vida, con su celo y elocuencia consiguió del emperador la convocación en Milán para fines del año 355. Reunido el sínodo con la asistencia de gran número de obispos arrianos, Eusebio tuvo la valentía de proponer que antes que nada se suscribiera el Símbolo de Nicea, lo que era equivalente a obligar a todos los asistentes a hacer profesión de fe católica.
Opusiéronse enseguida a ello los arrianos, y el emperador, que asistía a la asamblea, intentó obligar por la fuerza a los obispos católicos a que firmaran un documento en el que se condenaba a San Atanasio, el heroico defensor de las verdades definidas en el concilio de Nicea. Y aunque algunos débiles, por cobardía, condescendieron, revestido Eusebio de la fortaleza del apóstol, resistió junto con los legados papales a tan injusta pretensión. Ofendido el emperador por esta intransigencia, mandó fueran enviados al exilio.
Grandes fueron las penalidades vividas resignadamente por el Obispo Eusebio a través de su largo destierro.
En Scitópolis, cayó en manos de uno de los hombres más crueles del arrianismo, llegando al extremo de no suministrarle cosa alguna de alimento durante varios días. Pero los adeptos y fieles hijos de Vercelli, expusieron su vida, haciendo llegar a su amado pastor limosnas para aliviar sus necesidades, así como cartas llenas de filial afecto. Enterados de ello los arrianos, recrudecieron los castigos y los malos tratos.
Muerto Constancio, el nuevo emperador Juliano el Apóstata concedió a los obispos el derecho de regresar del destierro y a sus respectivas sedes.
Entonces es cuando empieza para Eusebio una nueva etapa gloriosa. Comisionado por el Papa, visita las iglesias de Oriente en las cuales la herejía había hecho grandes estragos. En todas ellas el sabio Obispo deja las huellas de su celo apostólico; prepara y ordena sacerdotes y obispos capaces de defender la ortodoxia y atacar el error.
Concluida esta difícil expedición, de la cual consiguió positivos resultados, por su tenacidad, competencia y sacrificios, emprende el ansiado retorno a su querida diócesis de Vercelli, donde es recibido como el gran defensor de Jesucristo, verdadero Dios y verdadero Hombre.

DESDE MI CALLE


EL PODER DEL LIDER


La adhesión ciega a un líder es una tendencia instintiva que hay que evitar a golpe de razonamiento. Nuestro cerebro perezoso tiende a ahorrar energía, y los "-ismos", detrás de un nombre o de una ideología, ahorran el esfuerzo de investigar, estudiar, analizar y extraer conclusiones propias sobre la cosa pública. La vida ya es bastante complicada y nos pide bastantes esfuerzos al cabo del día. Además, la historia de la humanidad es una historia de caudillajes y dominaciones; tal vez llevemos un gen que nos predispone a identificar a un "macho alfa" y a obedecerle. Y siempre hay unos cuantos espabilados que lo aprovechan. 

El peligro de la ciega adhesión es doble. Por un lado, nos impide ver los defectos del líder, sus errores y sus maldades, si se da el caso. Por el otro, cuando el líder nos falla el disgusto es terrible, semejante a un engaño amoroso, porque es amor lo que hemos proyectado en él. Estos días, muchos PUJOLISTAS ponen la misma cara que si su pareja les hubiera confesado un largo adulterio. Dicen que el engañado es siempre el último en saberlo, porque sus ojos no quieren ver. 

Para evitar tales disgustos hay que ser más exigente con nuestro cerebro y no dejar que haga el vago. Tampoco en sentido contrario: desentenderse de todo porque "todos son iguales" no soluciona nada, y facilita que los avispados corten el bacalao sin oposición. La actitud necesaria es la sana desconfianza. Tener presente lo que dicen los curas: todos somos pecadores. O lo que dice la Internacional: "no hay salvadores supremos". 

Por lo tanto, si nadie es perfecto, todos somos pecadores y no hay salvadores supremos, debemos poner los "-ismos" en remojo y adoptar hacia nuestros políticos y gobernantes una actitud que combine el apoyo y la más estricta vigilancia. Apoyo, porque nos interesa objetivamente que puedan hacer su trabajo bien hecho. Y vigilancia, porque quien evita la ocasión evita la tentación. Aunque sean las más bellas personas del mundo, si no les quitamos los ojos de encima lo tendrán más fácil para seguir siéndolo. 

El conseller convergente Santi Vila lo ha dicho muy claro: del drama de estos días hay que aprender a "no idealizar más ningún tipo de liderazgo político, y menos aún los mesiánicos". Si ve un aspirante a mesías, eche a correr. Por si acaso.

¿Están nuestros lideres a la altura que, como tales, deberían ejercer ése liderato?

DESDE MI CALLE, que sigue siendo la calle de todos.