San
Carlos Luanga y
los mártires de Uganda
Año 1886
Uganda es un país del Africa. Los padres Blancos del Cardenal
Lavigerie empezaron a misionar ese país y pronto hubo muchos negros convertidos al
catolicismo y esta religión les transformó muy notablemente su modo de pensar y obrar.
Y sucedió que el jefe de esa nación, llamado Muanga, tenía
el vicio de la homosexualidad. Y cuando el jefe del personal de mensajeros del palacio
José Makasa, se convirtió al catolicismo le hizo saber al jefe que la Biblia condena y
prohibe totalmente la homosexualidad y que la llama una "aberración", o sea
algo abominable, que va contra la Ley Divina y que es totalmente impropio de la persona
humana. Y que el Libro Sagrado dice que "la homosexualidad es un pecado merecedor de
la muerte" (Levítico 18) y "algo que va contra la naturaleza (Rom. 1,26) y que
los que lo cometen no poseerán el Reino de Dios (1 Cor. 6,10). Esto indignó tanto al
reyezuelo, que ordenó asesinar a José Makasa el 15 de noviembre de 1885, y así este
llegó a ser el primero de los 26 mártires de Uganda. (Ahora se llama San José Makasa).
Otra de las causas del asesinato de José fue haber reprendido al rey por el asesinato del
dos misioneros.
Al saber esta terrible noticia, los demás católicos que
trabajaban en el palacio real como mensajeros o empleados, en vez de acobardarse, se
animaron más fuertemente a preferir morir antes que ofender a Dios.
La segunda víctima fue un pequeño mensajero llamado Denis.
El jefe Muanga quiso irrespetar a un jovencito llamado Muafa, pero este le dijo que su
cuerpo era un templo del Espíritu Santo, y que él se haría respetar costara lo que
costara. Averiguó el rey quién le había enseñado al niño estas doctrinas y le dijeron
que era otro de los mensajeros, Denis, ¡y le dio muerte! Así este jovencito llegó a ser
el segundo mártir San Denis. (Antes de darle muerte, el rey le preguntó: "¿eres
cristiano?" y el niño respondió: "Sí, soy cristiano y lo seré hasta la
muerte").
Mientras tanto allá en un salón del palacio, el nuevo jefe
de los mensajeros, Carlos Luanga (que había reemplazado a San José Makasa) reunía a
todos los jóvenes y les recordaba lo que enseña San Pablo en la S. Biblia, que "los
que cometen el pecado de homosexualidad tendrán un castigo inevitable por su
extravío" (Rom. 1,18) y les recordaba que "homosexualidad es la tendencia a
cometer acciones impuras con personas del propio sexo", y que eso no es amor de
caridad que busca el bien de la otra persona, sino que es un "amor de
concupiscencia" por el afecto que se siente hacia personas bien parecidas del propio
sexo, y que lo que busca es satisfacer sus propios apetitos e inclinaciones anormales
hacia las cualidades físicas del otro. Y les narraba cómo las ciudades de Sodoma y
Gomorra fueron destruidas por una lluvia de fuego por cometer ese pecado, y cómo la
Biblia anuncia tremendos castigos para los que lo cometen. Carlos terminaba sus charlas
recordando aquellas palabras de Jesús: "Al que se declare a mí favor aquí, yo me
declararé a su favor en el cielo".
Con estas instrucciones de Carlos Luanga, ya todos los
jovencitos mensajeros y empleados del palacio real de Uganda quedaron resueltos a perder
su vida antes que renunciar a las creencias católicas o perder la pureza de su alma con
un pecado de homosexualidad. Y ahora iba a llegar el desenlace fatal y sangriento
El reyezuelo tenía como primer ministro al terrible brujo
Katikiro, el cual estaba disgustadísimo porque los que se volvían cristianos católicos,
ya no se dejaban engañar por sus brujerías. Y entonces se propuso convencer al rey de
que debía hacer morir a todos los que se declararon cristianos.
El cruel Muanga reunió a todos sus mensajeros y empleados y
les dijo: "De hoy en adelante queda totalmente prohibido ser cristiano, aquí en mi
reino. Los que dejen de rezar al Dios se los cristianos, y dejen de practicar esa
religión, quedarán libres. Los que quieran seguir siendo cristianos irán a la cárcel y
a la muerte".
Y luego les dio una orden mortal: - Los que quieran seguir
siendo cristianos darán un paso hacia adelante".
Inmediatamente Carlos Luanga, jefe de todos los empleados y
mensajeros del palacio, dio el paso hacia adelante. Lo siguió el más pequeño de los
mensajeros, que se llamaba Kisito. Y enseguida 22 jóvenes más dieron el paso decisivo.
Inmediatamente entre golpes y humillaciones fueron llevados todos a prisión.
El Padre misionero no había alcanzado a bautiza a algunos de
ellos, y entonces estos jóvenes valientes viendo que su muerte estaba ya muy próxima
pidieron a Carlos que los bautizara. Y allí en la oscuridad de la prisión Carlos Luanga
bautizó a los que aún no estaban bautizados, y se prepararon todos para su paso a la
eternidad feliz, que ya estaba muy cerca.
El reyezuelo los volvió a reunir y les preguntó:
"¿Siguen decididos a seguir siendo cristianos?". Y ellos respondieron a coro:
"Cristianos hasta la muerte". Entonces por orden del cruel ministro Katikiro
fueron llevados prisioneros a 60 kilómetros de distancia por el camino, y allí mismo
fueron asesinados por los guardias.
Después de haberlos tenido siete días en prisión en esas
lejanías, en medio
de los más atroces sufrimientos, mientras reunían la leña para el
holocaustos el 3 de junio del año 1886, día de la Ascensión, los envolvieron en esteras
de juntos muy secos, y haciendo un inmenso montón de leña seca los colocaron allí y les
prendieron fuego. Entre las llamas salían sus voces aclamando a Cristo y cantando a Dios,
hasta el último aliento de su vida.
Por el camino se llevaron los verdugos a dos mártires más,
ya mayores de edad. El uno por haber convertido y bautizado a unos niños (San Matías
Kurumba) y el otro por haber logrado que su esposa se hiciera cristiana (San Andrés
Kawa). Ellos se unieron a los otros mártires (de los cuales 17 eran jóvenes mensajeros)
y en total murieron en aquel año 26 mártires católicos por defender su fe y su
castidad.
El cruel Katikiro fue fusilado y echado a los perros unos
años después en una revolución. El reyezuelo Muanga fue derrotado por sus enemigos y
desterrado a terminar sus años en una isla solitaria. Y los 26 mártires de Uganda, con
Carlos Luanga a la cabeza, fueron declarados santos por el Papa Pablo VI, y ahora en
Uganda hay un millón de católicos: "La sangre de los mártires, produce nuevos
cristianos".
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lunes, 2 de junio de 2014
DESDE MI CALLE
CHISPITA
"Chispita" no es una chispa eléctrica menor, ni una broma, ni siquiera el nombre de alguna telenovela. "Chispita" era el nombre de un gato siamés del que quiero escribir su historia, mientras vivió conmigo.
En una etapa de mi vida laboral, estuve trabajando en Palma de Mallorca. Allí, un compañero de trabajo tuvo una camada de gatos siameses. Fué ofreciendo a los que querían tener uno de ellos. Se quedó con dos. Uno, según él, era más dócil y el otro más travieso. En aquel tiempo había yo alquilado una planta baja en un edificio a las afueras de la capital. Me comentó, el compañero, si no me importaba quedarme con uno de los dos gatos con los que él se había quedado. Dado que tenía una terraza grande, pensé que no me vendría mal el tener la compañía con un gato, ya que su amo me había comentado que me cedería el cariñoso. No sé si se confundió, o lo hizo a propósito, pero el gato que me entregó resultó que fué el travieso.
Confieso que le cogí cariño. Le puse por nombre "Chispita", ¿Por qué ese nombre? No me acuerdo, pero comencé a llamarle así. La primera noche, y a la madrugada, me desperté sobresaltado porque sentí movimiento en mi cama. El susto fué tremendo. Ví unos ojos brillantes que me miraban desde donde descansaban mis pies. No sé si grité, pero es fácil que lo hiciese. Pasado el susto, le atraje hacia mí, y se durmió a mi vera.
Salía yo de trabajar hacia las 3 de la tarde y, después de comer me tumbaba un poco, era verano y calentaba. Dejaba la ventana del cuarto, que daba al norte, abierta para que entrase un poco de brisa, cuando la había. "Chispita" después de su ronda diaria por los alrededores, se asomaba a la ventana y si me encontraba acostado se arrollaba en mis piernas. Pero no todo era placidez con el gato (ya dije que era el travieso), y hacía de las suyas. En una ocasión se subió encima del televisor y empezo a agitarlo de tal manera que menos mal que estaba yo viendo algún programa y le hice bajar. Cuando fregaba yo su "espacio", al acabar, creo que esperaba a ello, hacía nuevamente sus necesidades allí donde todo estaba limpio. Otra vez, le que entraba en casa corriendo, y por detrás un gato grande que iba tras él. Se refugió entre mis piernas, y cuando conseguí que el otro gato se marchase fué detrás de él provocándole. Era "Chispita" todo un gato. Eso sí, bastaba que le silbase o le llamase, para que acudiese rápidamente donde mí.
Unas vacaciones me fuí a casa, y en una jaula especial, conseguí que le admitiesen en el avión que me llevaba de Palma a Bilbao. Le acomodé en un camarote que tenía. Allí le alimenté tanto que engordó 2 Kgr., por lo menos. Pero sucedió un accidente. Tenía yo en la cocina un canario, y un día, pues..cuando llegué a casa no quedaban del pobre más que las plumas. Volví de las vacaciones con reserva de embutidos. Colgué, ya en Palma de Mallorca, una ristra de chorizos en el patio, bien alineados y en el alto de un madero que había. Fuí a trabajar, y se me hizo la mañana larguísima esperando llegase la hora de ir a casa, y prepararme un buen bocata de chorizo. Abro la puerta, y observo que... había rastros de chorizo por toda la entrada. Llego, temblando, al patio y de los chorizos no quedaban ni la piel. Cabreadísimo y con el escobón en mi mano grito: "Chispitaaa", "Chispitaaaa", pero nada. El jodido de él se había escabullido. Regresó a la noche y, como si nada hubiese pasado, se restregó entre mis piernas. Ya se me había pasado el enfado, y riéndome le acaricié la cabecita.
Un buen día, al volver del trabajo "Chispita" no estaba. No volvió más. ¿Qué le pasó? Nunca lo supe. "Chispita" había desaparecido de mi vida para siempre.
Por eso, he querido dedicar estas palabras al recuerdo de ese gato siamés al que le puse por nombre "Chispita".
DESDE MI CALLE, que sigue siendo la calle de todos.
"Chispita" no es una chispa eléctrica menor, ni una broma, ni siquiera el nombre de alguna telenovela. "Chispita" era el nombre de un gato siamés del que quiero escribir su historia, mientras vivió conmigo.
En una etapa de mi vida laboral, estuve trabajando en Palma de Mallorca. Allí, un compañero de trabajo tuvo una camada de gatos siameses. Fué ofreciendo a los que querían tener uno de ellos. Se quedó con dos. Uno, según él, era más dócil y el otro más travieso. En aquel tiempo había yo alquilado una planta baja en un edificio a las afueras de la capital. Me comentó, el compañero, si no me importaba quedarme con uno de los dos gatos con los que él se había quedado. Dado que tenía una terraza grande, pensé que no me vendría mal el tener la compañía con un gato, ya que su amo me había comentado que me cedería el cariñoso. No sé si se confundió, o lo hizo a propósito, pero el gato que me entregó resultó que fué el travieso.
Confieso que le cogí cariño. Le puse por nombre "Chispita", ¿Por qué ese nombre? No me acuerdo, pero comencé a llamarle así. La primera noche, y a la madrugada, me desperté sobresaltado porque sentí movimiento en mi cama. El susto fué tremendo. Ví unos ojos brillantes que me miraban desde donde descansaban mis pies. No sé si grité, pero es fácil que lo hiciese. Pasado el susto, le atraje hacia mí, y se durmió a mi vera.
Salía yo de trabajar hacia las 3 de la tarde y, después de comer me tumbaba un poco, era verano y calentaba. Dejaba la ventana del cuarto, que daba al norte, abierta para que entrase un poco de brisa, cuando la había. "Chispita" después de su ronda diaria por los alrededores, se asomaba a la ventana y si me encontraba acostado se arrollaba en mis piernas. Pero no todo era placidez con el gato (ya dije que era el travieso), y hacía de las suyas. En una ocasión se subió encima del televisor y empezo a agitarlo de tal manera que menos mal que estaba yo viendo algún programa y le hice bajar. Cuando fregaba yo su "espacio", al acabar, creo que esperaba a ello, hacía nuevamente sus necesidades allí donde todo estaba limpio. Otra vez, le que entraba en casa corriendo, y por detrás un gato grande que iba tras él. Se refugió entre mis piernas, y cuando conseguí que el otro gato se marchase fué detrás de él provocándole. Era "Chispita" todo un gato. Eso sí, bastaba que le silbase o le llamase, para que acudiese rápidamente donde mí.
Unas vacaciones me fuí a casa, y en una jaula especial, conseguí que le admitiesen en el avión que me llevaba de Palma a Bilbao. Le acomodé en un camarote que tenía. Allí le alimenté tanto que engordó 2 Kgr., por lo menos. Pero sucedió un accidente. Tenía yo en la cocina un canario, y un día, pues..cuando llegué a casa no quedaban del pobre más que las plumas. Volví de las vacaciones con reserva de embutidos. Colgué, ya en Palma de Mallorca, una ristra de chorizos en el patio, bien alineados y en el alto de un madero que había. Fuí a trabajar, y se me hizo la mañana larguísima esperando llegase la hora de ir a casa, y prepararme un buen bocata de chorizo. Abro la puerta, y observo que... había rastros de chorizo por toda la entrada. Llego, temblando, al patio y de los chorizos no quedaban ni la piel. Cabreadísimo y con el escobón en mi mano grito: "Chispitaaa", "Chispitaaaa", pero nada. El jodido de él se había escabullido. Regresó a la noche y, como si nada hubiese pasado, se restregó entre mis piernas. Ya se me había pasado el enfado, y riéndome le acaricié la cabecita.
Un buen día, al volver del trabajo "Chispita" no estaba. No volvió más. ¿Qué le pasó? Nunca lo supe. "Chispita" había desaparecido de mi vida para siempre.
Por eso, he querido dedicar estas palabras al recuerdo de ese gato siamés al que le puse por nombre "Chispita".
DESDE MI CALLE, que sigue siendo la calle de todos.
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