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lunes, 2 de junio de 2014

PASTORAL: SANTO DEL DIA

San Carlos Luanga y
 los mártires de Uganda 
Año 1886



Uganda es un país del Africa. Los padres Blancos del Cardenal Lavigerie empezaron a misionar ese país y pronto hubo muchos negros convertidos al catolicismo y esta religión les transformó muy notablemente su modo de pensar y obrar.
Y sucedió que el jefe de esa nación, llamado Muanga, tenía el vicio de la homosexualidad. Y cuando el jefe del personal de mensajeros del palacio José Makasa, se convirtió al catolicismo le hizo saber al jefe que la Biblia condena y prohibe totalmente la homosexualidad y que la llama una "aberración", o sea algo abominable, que va contra la Ley Divina y que es totalmente impropio de la persona humana. Y que el Libro Sagrado dice que "la homosexualidad es un pecado merecedor de la muerte" (Levítico 18) y "algo que va contra la naturaleza (Rom. 1,26) y que los que lo cometen no poseerán el Reino de Dios (1 Cor. 6,10). Esto indignó tanto al reyezuelo, que ordenó asesinar a José Makasa el 15 de noviembre de 1885, y así este llegó a ser el primero de los 26 mártires de Uganda. (Ahora se llama San José Makasa). Otra de las causas del asesinato de José fue haber reprendido al rey por el asesinato del dos misioneros.
Al saber esta terrible noticia, los demás católicos que trabajaban en el palacio real como mensajeros o empleados, en vez de acobardarse, se animaron más fuertemente a preferir morir antes que ofender a Dios. La segunda víctima fue un pequeño mensajero llamado Denis. El jefe Muanga quiso irrespetar a un jovencito llamado Muafa, pero este le dijo que su cuerpo era un templo del Espíritu Santo, y que él se haría respetar costara lo que costara. Averiguó el rey quién le había enseñado al niño estas doctrinas y le dijeron que era otro de los mensajeros, Denis, ¡y le dio muerte! Así este jovencito llegó a ser el segundo mártir San Denis. (Antes de darle muerte, el rey le preguntó: "¿eres cristiano?" y el niño respondió: "Sí, soy cristiano y lo seré hasta la muerte").
Mientras tanto allá en un salón del palacio, el nuevo jefe de los mensajeros, Carlos Luanga (que había reemplazado a San José Makasa) reunía a todos los jóvenes y les recordaba lo que enseña San Pablo en la S. Biblia, que "los que cometen el pecado de homosexualidad tendrán un castigo inevitable por su extravío" (Rom. 1,18) y les recordaba que "homosexualidad es la tendencia a cometer acciones impuras con personas del propio sexo", y que eso no es amor de caridad que busca el bien de la otra persona, sino que es un "amor de concupiscencia" por el afecto que se siente hacia personas bien parecidas del propio sexo, y que lo que busca es satisfacer sus propios apetitos e inclinaciones anormales hacia las cualidades físicas del otro. Y les narraba cómo las ciudades de Sodoma y Gomorra fueron destruidas por una lluvia de fuego por cometer ese pecado, y cómo la Biblia anuncia tremendos castigos para los que lo cometen. Carlos terminaba sus charlas recordando aquellas palabras de Jesús: "Al que se declare a mí favor aquí, yo me declararé a su favor en el cielo".
Con estas instrucciones de Carlos Luanga, ya todos los jovencitos mensajeros y empleados del palacio real de Uganda quedaron resueltos a perder su vida antes que renunciar a las creencias católicas o perder la pureza de su alma con un pecado de homosexualidad. Y ahora iba a llegar el desenlace fatal y sangriento
 El reyezuelo tenía como primer ministro al terrible brujo Katikiro, el cual estaba disgustadísimo porque los que se volvían cristianos católicos, ya no se dejaban engañar por sus brujerías. Y entonces se propuso convencer al rey de que debía hacer morir a todos los que se declararon cristianos.
El cruel Muanga reunió a todos sus mensajeros y empleados y les dijo: "De hoy en adelante queda totalmente prohibido ser cristiano, aquí en mi reino. Los que dejen de rezar al Dios se los cristianos, y dejen de practicar esa religión, quedarán libres. Los que quieran seguir siendo cristianos irán a la cárcel y a la muerte".
Y luego les dio una orden mortal: - Los que quieran seguir siendo cristianos darán un paso hacia adelante".
Inmediatamente Carlos Luanga, jefe de todos los empleados y mensajeros del palacio, dio el paso hacia adelante. Lo siguió el más pequeño de los mensajeros, que se llamaba Kisito. Y enseguida 22 jóvenes más dieron el paso decisivo. Inmediatamente entre golpes y humillaciones fueron llevados todos a prisión.
El Padre misionero no había alcanzado a bautiza a algunos de ellos, y entonces estos jóvenes valientes viendo que su muerte estaba ya muy próxima pidieron a Carlos que los bautizara. Y allí en la oscuridad de la prisión Carlos Luanga bautizó a los que aún no estaban bautizados, y se prepararon todos para su paso a la eternidad feliz, que ya estaba muy cerca.
El reyezuelo los volvió a reunir y les preguntó: "¿Siguen decididos a seguir siendo cristianos?". Y ellos respondieron a coro: "Cristianos hasta la muerte". Entonces por orden del cruel ministro Katikiro fueron llevados prisioneros a 60 kilómetros de distancia por el camino, y allí mismo fueron asesinados por los guardias.
Después de haberlos tenido siete días en prisión en esas lejanías, en medio
de los más atroces sufrimientos, mientras reunían la leña para el holocaustos el 3 de junio del año 1886, día de la Ascensión, los envolvieron en esteras de juntos muy secos, y haciendo un inmenso montón de leña seca los colocaron allí y les prendieron fuego. Entre las llamas salían sus voces aclamando a Cristo y cantando a Dios, hasta el último aliento de su vida. Por el camino se llevaron los verdugos a dos mártires más, ya mayores de edad. El uno por haber convertido y bautizado a unos niños (San Matías Kurumba) y el otro por haber logrado que su esposa se hiciera cristiana (San Andrés Kawa). Ellos se unieron a los otros mártires (de los cuales 17 eran jóvenes mensajeros) y en total murieron en aquel año 26 mártires católicos por defender su fe y su castidad.
El cruel Katikiro fue fusilado y echado a los perros unos años después en una revolución. El reyezuelo Muanga fue derrotado por sus enemigos y desterrado a terminar sus años en una isla solitaria. Y los 26 mártires de Uganda, con Carlos Luanga a la cabeza, fueron declarados santos por el Papa Pablo VI, y ahora en Uganda hay un millón de católicos: "La sangre de los mártires, produce nuevos cristianos".

DESDE MI CALLE

CHISPITA

"Chispita" no es una chispa eléctrica menor, ni una broma, ni siquiera el nombre de alguna telenovela. "Chispita" era el nombre de un gato siamés del que quiero escribir su historia, mientras vivió conmigo.









En una etapa de mi vida laboral, estuve trabajando en Palma de Mallorca. Allí, un compañero de trabajo tuvo una camada de gatos siameses. Fué ofreciendo a los que querían tener uno de ellos. Se quedó con dos. Uno, según él, era más dócil y el otro más travieso. En aquel tiempo había yo alquilado una planta baja en un edificio a las afueras de la capital. Me comentó, el compañero, si no me importaba quedarme con uno de los dos gatos con los que él se había quedado. Dado que tenía una terraza grande, pensé que no me vendría mal el tener la compañía con un gato, ya que su amo me había comentado que me cedería el cariñoso. No sé si se confundió, o lo hizo a propósito, pero el gato que me entregó resultó que fué el travieso.

Confieso que le cogí cariño. Le puse por nombre "Chispita", ¿Por qué ese nombre? No me acuerdo, pero comencé a llamarle así. La primera noche, y a la madrugada, me desperté sobresaltado porque sentí movimiento en mi cama. El susto fué tremendo. Ví unos ojos brillantes que me miraban desde donde descansaban mis pies. No sé si grité, pero es fácil que lo hiciese. Pasado el susto, le atraje hacia mí, y se durmió a mi vera.

Salía yo de trabajar hacia las 3 de la tarde y, después de comer me tumbaba un poco, era verano y calentaba. Dejaba la ventana del cuarto, que daba al norte, abierta para que entrase un poco de brisa, cuando la había. "Chispita" después de su ronda diaria por los alrededores, se asomaba a la ventana y si me encontraba acostado se arrollaba en mis piernas. Pero no todo era placidez con el gato (ya dije que era el travieso), y hacía de las suyas. En una ocasión se subió encima del televisor y empezo a agitarlo de tal manera que menos mal que estaba yo viendo algún programa y le hice bajar. Cuando fregaba yo su "espacio", al acabar, creo que esperaba a ello, hacía nuevamente sus necesidades allí donde todo estaba limpio. Otra vez, le que entraba en casa corriendo, y por detrás un gato grande que iba tras él. Se refugió entre mis piernas, y cuando conseguí que el otro gato se marchase fué detrás de él provocándole. Era "Chispita" todo un gato.  Eso sí, bastaba que le silbase o le llamase, para que acudiese rápidamente donde mí.

Unas vacaciones me fuí a casa, y en una jaula especial, conseguí que le admitiesen en el avión que me llevaba de Palma a Bilbao. Le acomodé en un camarote que tenía. Allí le alimenté tanto que engordó 2 Kgr., por lo menos. Pero sucedió un accidente. Tenía yo en la cocina un canario, y un día, pues..cuando llegué a casa no quedaban del pobre más que las plumas. Volví de las vacaciones con reserva de embutidos. Colgué, ya en Palma de Mallorca, una ristra de chorizos en el patio, bien alineados y en el alto de un madero que había. Fuí a trabajar, y se me hizo la mañana larguísima esperando llegase la hora de ir a casa, y prepararme un buen bocata de chorizo. Abro la puerta, y observo que... había rastros de chorizo por toda la entrada. Llego, temblando, al patio y de los chorizos no quedaban ni la piel. Cabreadísimo y con el escobón en mi mano grito: "Chispitaaa", "Chispitaaaa", pero nada. El jodido de él se había escabullido. Regresó a la noche y, como si nada hubiese pasado, se restregó entre mis piernas. Ya se me había pasado el enfado, y riéndome le acaricié la cabecita.

Un buen día, al volver del trabajo "Chispita" no estaba. No volvió más. ¿Qué le pasó? Nunca lo supe. "Chispita" había desaparecido de mi vida para siempre.

Por eso, he querido dedicar estas palabras al recuerdo de ese gato siamés al que le puse por nombre "Chispita".

DESDE MI CALLE, que sigue siendo la calle de todos.