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miércoles, 3 de septiembre de 2014
DESDE MI CALLE
MADUREZ
Nuestros cuerpos y nuestra mente tienen separados su proceso de madurez, y no siempre están en armonía. Todos nosotros, a algún nivel, tenemos miedo de crecer en madurez. No es tanto que no queramos dejar los hábitos de nuestra juventud o que temamos que los gozos de la madurez sean de segunda categoría en comparación con los placeres de la juventud.
A veces hablamos de una mente vieja en una persona joven, y esto significa a la vez elogio y crítica, quizás más esto último. A veces miramos a un joven cuyo cuerpo está cargado de vida y energía, y vemos una precocidad de su mente que engaña esa juventud y energía, y no podemos menos que preguntarnos si esa prematura madurez no está inhibiendo el principio de vida. Y así tenemos una reacción mezclada !Qué persona más madura! Pero ¿es su vida demasiado gris y estéril antes de tiempo?
Se sabe que cuando se llega a cierta edad - como YO ahora - y se mira atrás lo que se ha hecho, se siente desconcertado por algunas de las cosas que se hizo en la juventud; no cosas inmorales, sino cosas que ahora, desde la perspectiva presente, parecen inmaduras, para que se arriesgue a hacerlas en alguna otra ocasión. Recordándolas, y desde la seguridad de la edad y la reticiencia del presente, no obstante, mirando hacia atrás, en ocasiones llega el pensamiento de "!Esto es lo más audaz que hice en mi vida! !Ah, entonces tuve coraje! !Ahora me dan mucho más miedo las cosas!"
Algunos de nosotros nunca crecemos. El cuerpo envejece pero el corazón permanece inmaduro, agarrándose a la adolescencia, temeroso de la responsabilidad, temeroso del compromiso, temeroso de la responsabilidad que se escabulle, temeroso del envejecimiento, temeroso de la propia madurez, y, no lo menos, temeroso de la muerte. Esta no es la fórmula de la felicidad, sino para un temor siempre creciente, el desencanto y amargura de la vida. No crecer, empareja eventualmente con todos, y lo que se tuvo por atractivo a los veinte años, lleno de color a los treinta y estrafalario a los cuarenta, viene a ser intolerable a los cincuenta. A cierta edad, aún la poesía y el vigor no equivalen a madurez. También la mente debe crecer.
Pero para algunos, el peligro es lo opuesto; nos hacemos viejos antes de tiempo, con mentes viejas en cuerpos aún jóvenes, maduros, responsables, comprometidos, capaces de mirar la edad, el cuadro de la decrepitud y de la mortalidad en la mirada, pero exento de la poesía, el vigor, el color y el humor, que significan hacer a una persona madura y viva, como un viejo vino añejo.
DESDE MI CALLE, que sigue siendo la calle de todos.
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