CHISPITA
"Chispita" no es una chispa eléctrica menor, ni una broma, ni siquiera el nombre de alguna telenovela. "Chispita" era el nombre de un gato siamés del que quiero escribir su historia, mientras vivió conmigo.
En una etapa de mi vida laboral, estuve trabajando en Palma de Mallorca. Allí, un compañero de trabajo tuvo una camada de gatos siameses. Fué ofreciendo a los que querían tener uno de ellos. Se quedó con dos. Uno, según él, era más dócil y el otro más travieso. En aquel tiempo había yo alquilado una planta baja en un edificio a las afueras de la capital. Me comentó, el compañero, si no me importaba quedarme con uno de los dos gatos con los que él se había quedado. Dado que tenía una terraza grande, pensé que no me vendría mal el tener la compañía con un gato, ya que su amo me había comentado que me cedería el cariñoso. No sé si se confundió, o lo hizo a propósito, pero el gato que me entregó resultó que fué el travieso.
Confieso que le cogí cariño. Le puse por nombre "Chispita", ¿Por qué ese nombre? No me acuerdo, pero comencé a llamarle así. La primera noche, y a la madrugada, me desperté sobresaltado porque sentí movimiento en mi cama. El susto fué tremendo. Ví unos ojos brillantes que me miraban desde donde descansaban mis pies. No sé si grité, pero es fácil que lo hiciese. Pasado el susto, le atraje hacia mí, y se durmió a mi vera.
Salía yo de trabajar hacia las 3 de la tarde y, después de comer me tumbaba un poco, era verano y calentaba. Dejaba la ventana del cuarto, que daba al norte, abierta para que entrase un poco de brisa, cuando la había. "Chispita" después de su ronda diaria por los alrededores, se asomaba a la ventana y si me encontraba acostado se arrollaba en mis piernas. Pero no todo era placidez con el gato (ya dije que era el travieso), y hacía de las suyas. En una ocasión se subió encima del televisor y empezo a agitarlo de tal manera que menos mal que estaba yo viendo algún programa y le hice bajar. Cuando fregaba yo su "espacio", al acabar, creo que esperaba a ello, hacía nuevamente sus necesidades allí donde todo estaba limpio. Otra vez, le que entraba en casa corriendo, y por detrás un gato grande que iba tras él. Se refugió entre mis piernas, y cuando conseguí que el otro gato se marchase fué detrás de él provocándole. Era "Chispita" todo un gato. Eso sí, bastaba que le silbase o le llamase, para que acudiese rápidamente donde mí.
Unas vacaciones me fuí a casa, y en una jaula especial, conseguí que le admitiesen en el avión que me llevaba de Palma a Bilbao. Le acomodé en un camarote que tenía. Allí le alimenté tanto que engordó 2 Kgr., por lo menos. Pero sucedió un accidente. Tenía yo en la cocina un canario, y un día, pues..cuando llegué a casa no quedaban del pobre más que las plumas. Volví de las vacaciones con reserva de embutidos. Colgué, ya en Palma de Mallorca, una ristra de chorizos en el patio, bien alineados y en el alto de un madero que había. Fuí a trabajar, y se me hizo la mañana larguísima esperando llegase la hora de ir a casa, y prepararme un buen bocata de chorizo. Abro la puerta, y observo que... había rastros de chorizo por toda la entrada. Llego, temblando, al patio y de los chorizos no quedaban ni la piel. Cabreadísimo y con el escobón en mi mano grito: "Chispitaaa", "Chispitaaaa", pero nada. El jodido de él se había escabullido. Regresó a la noche y, como si nada hubiese pasado, se restregó entre mis piernas. Ya se me había pasado el enfado, y riéndome le acaricié la cabecita.
Un buen día, al volver del trabajo "Chispita" no estaba. No volvió más. ¿Qué le pasó? Nunca lo supe. "Chispita" había desaparecido de mi vida para siempre.
Por eso, he querido dedicar estas palabras al recuerdo de ese gato siamés al que le puse por nombre "Chispita".
DESDE MI CALLE, que sigue siendo la calle de todos.