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lunes, 21 de julio de 2014

DESDE MI CALLE



SILECIOS Y CONCLUSIONES


“¡Por favor, cierren los ojos!”. Este es el título de un librito que he leido en las vacaciones. Tomé varios apuntes del mismo, pues me ha impresionado su lectura, ya que pone nombre a inquietudes que me habitan, porque da claves para entender todo lo que padecen nuestras sociedades y sus individuos, porque nos lleva a buscar otro tipo de “tiempo”. Su lectura, repito, dejó en mi mente un rosario de resonancias. Si, yo, también me invito e invito a "cerrar los ojos", a "detener la mirada", a entrar en silencio. ¿Porqué?

 l¿Qué sería un vivir en el que nada concluye, en el que todo sigue y sigue… sin término? Imaginémonos  metidos en una cadena de producción, haciendo siempre los mismos gestos, tratando siempre el mismo material, configurándolo una y otra vez de la misma manera y así minutos y minutos, horas y horas, días y días… ?
¿Qué sería una existencia en la que las relaciones nunca maduran? No llegan a ser amistad, no llegan a ser amor, no toman una configuración decisiva y última. ¡Todo es un flirteo sin consecuencias! Imaginemos una vocación que siempre es provisoria, de tanteo permanente, que nunca toma forma! ¡Sin conclusión! .
Imaginemos un nacer sin conclusión: ¡el drama de un ser humano inmortal! Imaginemos una muerte sin nacimiento. Por eso, nos resulta tan horrible pensar en un final de nuestra vida sin alicientes, sólos, desamparados, sin nadie a nuestro lado. Un final sin conclusión. Ese final nos resullta incomprensible y nos agobia infinitamente. ¿Nos imaginamos un relato sin conclusión? ¿Una historia sin fin? ¿Un espacio ilimitado?
Lo decía Hegel: “todo lo razonable tiene una conclusión”. El tiempo sin conclusión lleva, a la corta o a la larga, a la depresión, al vacío, a la angustia, a la locura… El tiempo sin conclusión no tiene mensaje cierto, ni sentido pleno. Y como es así, entonces queremos que pase cuanto antes, y llega la aceleración del tiempo. Hacemos zapping. No nos detenemos en nada. Buscamos neuróticamanete lo que viene después. Entramos en el vértigo de lo siguiente, y lo siguiente de lo siguiente…. Todo pasa rápido, rapidísimo. No nos detenemos. No hay razón para cerrar los ojos, ni para detener la mirada. Sólo para esperar ansiosamente la página siguiente, lo que viene después.  Este es el frenesí del tiempo sin conclusión.
Estamos en la sociedad de la información. Se acumula la información de última hora. La información nunca concluye. Estás ocupado con una noticia y ya viene otra que quiere borrarla de nuestra mente. La información se multiplica numéricamente. Pero no ofrece una unidad de sentido. ¡No hay conclusión! 
Sólo lo que tiene inicio y conclusión es “unidad de sentido”. “Nacer y morir”. No tiene sentido nacer sin conclusión, o una conclusión sin nacimiento.  Si es importante el inicio, también lo es la conclusión. Así es la vida como relato y no como una serie de informaciones sobre hechos sucedidos. Vivir es vivir el tiempo con ritmo y cadencia, vivirlo musicalmente como una pieza, como unidad de sentido. Ese el tiempo que nos llena, que nos regenera. En cambio el tiempo acelerado, frenético, acumulativo nos vuelve caóticos, desestructurados, contradictorios y, en última instancia, depresivos.
Decimos que un ordenador nos ahorra tiempo: operaciones que nos llevarían muchas horas, las realiza en unos segundos. Pero el ordenador no nos ofrece conclusiones o “sentido”, sólo acumulación de datos informativos, operaciones matemáticas.  Tales operaciones han sido aceleradas hasta lo impensable. El sistema se vuelve obeso, pero tal obesidad nos va paralizando e inutilizando.
La franja de un relato es estrecha. No se relata todo. Lo importante en un relato no es ofrecer una información excesiva, sino seleccionarla y formar unidades de sentido con su conclusión.
Mientras vivimos tenemos la experiencia del instante. El instante es el momento feliz y pleno o el momento terrible. “Sucedió en un instante….”, decimos estremecidos. El instante es también una conclusión. El instante tiene sentido en sí mismo, se basta a sí mismo, no necesita más. Cuando contemplamos una imagen y cerramos los ojos, hacemos que la imagen nos hable en el silencio. Sin ese silencio la imagen se desparrama, se pierde, se olvida. El silencio hace concluir ese breve espectáculo estético. Cuando contemplamos una flor y olemos su aroma, llevamos a conclusión esa contemplación. ¿De qué me sirve visitar a toda velocidad un museo? Puedo quedar informado de la cantidad de imágenes allí expuestas, pero sin detener la mirada, sin saborear la belleza, no ha habido “conclusión”. He visto muchas cosas, pero no he contemplado las sorprendentes formas de la belleza, ni sus símbolos. Sin conclusión todo se diluye; sin conclusión no se construye un yo estable, que sería como una forma de conclusión. No en vano son síntomas de depresión la falta de decisión, la incapacidad para decidir. Una cosa es contar numéricamente y otra es pensar reflexivamente. Podemos contar muy rápido; no podemos pensar aceleradamente.
La excesiva masa de información ahoga el pensamiento. También el pensamiento necesita silencio. Hay que cerrar los ojos para pensar. Ni pasado, ni futuro, ni recuerdo ni espera. El tiempo de la fiesta no es -sin más- un tiempo para la expansión, para la diversión. La fiesta misma es una forma de conclusión. Ella permite iniciar un tiempo totalmente nuevo. Sin la fiesta todo se vuelve banal, inconcluso; hasta el descanso no significa conclusión, sino recuperación para seguir bajo la dictadura del trabajo.
Para Hegel el amor es una conclusión. El amante muere en el otro. Cierra los ojos detiene la mirada. Pero esa parada permite el volver a uno mismo con un nuevo regalo, con un premio. El amor, como una conclusión absoluta presupone un salir de uno mismo. Es transformación. El abrazo es la señal que sigue a la conclusión; es su ratificación. También la fidelidad es una forma de conclusión, que introduce la eternidad en el tiempo.
Se dice, y con razón, que nacemos y morimos muchas veces. Así la vida tiene sentido.
DESDE MI CALLE, que sigue siendo la calle de todos.



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