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miércoles, 6 de agosto de 2014

DESDE MI CALLE


REDENCION POR EL AMOR

Y escribo redención con minúscula. Me refiero a las pequeñas liberaciones. El amor del cónyuge es liberador. Libera de la pandilla cuando se singulariza la mirada amorosa.  Libera de la soledad y la incertidumbre. Sentirse y saberse amado es una experiencia de vitalización. Uno renace. Crece la fe de cada uno en sí mismo, en su valor y dignidad. Es atractivo/a para alguien. Una mirada singular de amor descubre cualidades y dones que nadie antes había descubierto. Y las pone de relieve.  Al mismo tiempo, hace crecer la confianza en los demás. La mirada hacia los otros  se vuelve más positiva y creativa.

Cervantes lo expresó muy bien en las figuras de Aldonza y Dulcinea. Un cónyuge que ama es capaz de transformar al otro, es decir, y hacerlo pasar de las dudas y temores a la confianza en sí mismo; del rechazo de sí mismo a la aceptación gozosa. Aldonza se transforma en Dulcinea gracias a la mirada de amor de Don Quijote. Y es que, en realidad, sólo nos “redime” quien nos ama.
La relación de amor se va tejiendo a base de pequeñas redenciones; uno va cobrando conciencia de su valía personal; va descubriendo y diseñando su misión personal en la vida; va configurando su persona a base de decisiones y compromisos. Y es que el futuro de cada uno no está escrito ni predeterminado; está abierto, en manos de cada uno.  Y en las manos de la persona amada. Se vive bajo la mirada del otro.
El amor hace la vida, vital; y la muerte, mortal. El amor con tu pareja es la energía que da ganas de vivir. Y  ganas de vivir para siempre. Claro que sólo quien nos ama con mayúscula, nos redime también con mayúscula. Nos resucita.
DESDE MI CALLE, que sigue siendo la calle de todos.
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