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miércoles, 26 de noviembre de 2014
PASTORAL: SANTO DEL DIA
SANTA CATALINA LABOURE
(1806-1876)
Nació en Francia de una familia campesina en 1806. Al quedar huérfana de madre a los 8 años le encomendó a la Virgen que le sirviera de madre, y la Madre de Dios le aceptó su petición. Como su hermana mayor se fué de monja vicentina, Catalina tuvo que quedarse al frente de los trabajos de la cocina y del lavadero de la casa de su padre, y por esto no pudo aprender a leer y ni a escribir.
A los 14 años pidió a su padre que le permitiera irse de religiosa a un convento, pero él, que le necesitaba para atender los muchos oficios de la casa, no se lo permitió. Ella le pedía a nuestro Señor que le concediera lo que tanto ansiaba, ser religiosa. Y una noche vió en sueños a un anciano sacerdote que le decía: "Un día me ayudarás a curar a los enfermos". La imagen de ese sacerdote se le quedó siempre grabada en su memoria.
Al fin, a los 24 años, logró que su padre la dejara ir a visitar a su hermana religiosa, y al llegar a la sala del convento vió allí el retrato de San Vicente de Paul, y se dió cuenta de que ése era el sacerdote que había visto en sueños y que le había invitado a ayudarle a cuidar enfermos. Desde ese día se propuso ser hermana vicentina, y tanto insistió que al fin fué aceptada en la comunidad.
El 27 de noviembre de 1830, estando Catalina rezando en la capilla del convento, La Virgen María se le apareció totalmente resplandeciente derramando de sus manos hermosos rayos de luz sobre la tierra. Ella le encomendó que hiciera una imagen de Nuestra Señora así como se le había aparecido y que mandara hacer una medalla que tuviera por un lado las iniciales de la Virgen María "M", y una cruz con esta frase: "Oh María, sin pecado concebida, ruega por nosotros que recurrimos a ti". Y le prometió ayudas muy especiales para quienes lleven esa medalla y recen esa oración.
Catalina le comentó a su confesor esta aparición, pero él no se lo creyó. Sin embargo, el sacerdote al darse cuenta de la santidad de Catalina, intercedió ante el Arzobispo para obtener el permiso para hacer las medallas, y por ende los milagros.
Desde 1830, fecha de las apariciónes, hasta 1876, fecha de su muerte, Catalina estuvo en el convento sin que a nadie se le ocurriera que era ella a la que se le había aparecido la Virgen María para recomendarle la Medalla Milagrosa. En los últimos años obtuvo que se pusiera una imagen de la Virgen Milagrosa en el sitio donde se le había aparecido.
Al fin, ocho meses antes de su muerte, fallecido ya su antiguo confesor, Catalina le contó a su nueva superiora todas las apariciones con todo detalle, y se supo quién era la afortunada que había visto y oido a la Virgen. Por eso cuando ella murió, todo el pueblo se volcó a sus funerales.
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