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martes, 15 de marzo de 2016

DESDE MI CALLE





DESCRIBIENDO PERSONAJES





Uno de los dilemas que tenemos los escritores es pensar en cómo describir a cada uno de nuestros personajes empezando por si lo hacemos o no. Podría ser que al hacerlo limitemos la imaginación del lector, aunque en determinados relatos suprimir la descripción podría condicionar la trama del mismo.
Como de costumbre será mejor dejar de teorizar sobre el tema y explicarlo como siempre hacemos con un relato.
“Un matrimonio que recién casado llega a un hotel de carretera. La noche les ha pillado antes de alcanzar su destino y prefieren dormir en algún lugar, aunque no sea muy salubre, que continuar camino porque él ha dado alguna que otra cabezada al volante y ella no sabe conducir.
Él es un tipo bajito, excesivamente delgado, un alfeñique. De pelo oscuro y encrespado que empieza a clarear por la coronilla, y para cubrir su alopecia se peina de una forma ridículamente extraña. Sale del coche torpemente, no porque esté medio dormido, es su forma de ser. Camina encorvado con pasos dubitativos e inseguros. Desde el aparcamiento a la entrada del hotel no habrá cinco metros y se para tres veces a colocarse las gafas sobre la nariz, es más un tic que una necesidad.
Ella es lo que podríamos calificar como una rubia explosiva. Lleva un vestido rojo ajustado, de ésos que marcan las caderas y realzan la cintura estrecha. Por supuesto luce un escote del que parece querer escaparse en cualquier momento su generoso busto. Realmente va vestida, pintada y peinada como si fuera ligarse a un pardillo en una noche de sábado en el bar de copas en un barrio de clase media de cualquier ciudad de cierta importancia. Camina clavando los tacones de aguja, contoneando las caderas sin percatarse que sólo el hombre que está a su lado puede fijarse en sus movimientos ya que no hay más personas por allí.
Nada más abrir la puerta de la recepción del hotel se encuentran con un viejo y destartalado mostrador de madera. Tras él la dueña del establecimiento les atiende con desgana.
Ella es una mujer de mediana edad. Lleva un jersey de cuello vuelto, tan sucio como el mostrador que la separa de los que serán sus clientes. Debajo de aquella prenda se adivina a la perfección que no lleva ropa interior. Sus pechos alguna vez fueron turgentes, hoy son víctimas de la gravedad, sus pezones se marcan debajo del tejido como si estuviera asustada o tuviera frío. La falda es estrecha, le viene por lo menos un par de tallas pequeña, quizás por eso la cremallera no está del todo subida. En la tela se marcan los elásticos de las diminutas bragas que lleva. El cabello mal recogido sobre la cabeza, debió haberse peinado esta mañana temprano o tal vez hace un par de días. Su aseo personal es el mismo que el del hotel que regenta, el mínimo. La pintura de sus ojos está corrida por debajo de los mismos y por el párpado. La boca está perfectamente dibujada con carmín, no en vano se la pintó al sentir parar el motor del coche frente a su establecimiento. Tras ella hay un casillero de madera igual de viejo que el mostrador, en el centro un cartel de “prohibido fumar”, pero ella entre sus dedos tiene los restos de un cigarrillo apagado a toda prisa.
El matrimonio contrata la habitación por una noche. Ella les pide el pago por adelantado. Él saca un fajo de billetes del bolsillo de su pantalón, procede a abonar el importe sin protestar por lo excesivo del mismo, y vuelve a meter el dinero sobrante donde estaba con anterioridad.
El matrimonio contrata la habitación por una noche. Ella les pide el pago por adelantado. Él saca un fajo de billetes del bolsillo de su pantalón, procede a abonar el importe sin protestar por lo excesivo del mismo, y vuelve a meter el dinero sobrante donde estaba con anterioridad.
La dueña del hotel coge la llave del casillero que tiene tras ella. Les acompaña a la habitación arrastrando los pies. Les indica que nadie les va a molestar porque son los únicos clientes en esa noche. Caminan por un corredor de puertas cerradas, en su momento debieron dar directamente a la calle, ahora están protegidas por una cristalera a la que se accede desde la recepción.
De una de las puertas sale un tipo de unos dos metros de altura. El matrimonio les da las buenas noches. La voz de él suena medrosa, la de su mujer seductora, sensual y sexy. El hombre con el que se han cruzado tan solo emite un gruñido.
El sujeto en cuestión es de ésos que te los imaginas abriendo una de aquellas puertas cerradas de un empujón, o destrozando el mostrador de la recepción de un solo puñetazo. Lleva la cabeza tan afeitada como la cara. En mitad de la ceja derecha tiene una cicatriz que le sube por la frente y recorre su cabeza pelada hasta la nuca. El ojo derecho está ligeramente medio cerrado y deformado. La nariz se la debió romper probablemente en alguna pelea, puede que la que ocasionara la herida de la cabeza.
Al pasar junto al trío, la dueña del hotel, con voz aguardentosa le grita con autoridad y como si el hombre fuera sordo:
-Murphy, esta noche tienes trabajo, no le des demasiado a la botella que esto no es un centro de Hermanitas de la Caridad.
El marido tiembla, su mujer le da un golpe en la espalda para que camine erguido y no se acobarde. Entran en la habitación. La dueña antes de que cierren la puerta les dice casi susurrando:
-Si necesitan cualquier cosa no duden en llamar por teléfono a recepción. Yo no duermo cuando hay huéspedes y… Murphy estará en condiciones de atenderles.
La dueña del hotel regresa por el corredor acristalado hasta el viejo mostrador. Apoya la cabeza sobre el mismo y trata de dormir. Antes ha vuelto a encender el cigarrillo que había apagado cuando entró el matrimonio, lo deja después de dos bocanadas en un cenicero atestado de colillas para que se consuma. A continuación, saca una botella de vodka de debajo del mostrador y le pega un trago largo limpiándose la boca con la manga del jersey.
Murphy duerme tumbado en el sofá de la sala adjunta a la recepción. La botella de bourbon que hay sobre la mesa medio vacía indica que no hizo caso de las palabras de la dueña del hotel.
Poco de antes del amanecer suena el teléfono de recepción. La dueña del hotel tose un poco antes de contestar. Cuelga. Grita:
-Arriba holgazán. Te necesito para que arregles los estropicios que han hecho esos dos.
Murphy se levanta resacoso, se sienta mirando a la nada. Se sirve un vaso de bourbon. Se lo bebe de un trago. Va hacia la recepción. Apoya su cuerpo contra el mismo dejando el brazo descolgarse por el otro lado, por encima del mueble eleva una pesada caja de herramientas con una sola mano. Se dirige, con lentitud hacía la habitación que ocupa el matrimonio por el corredor de cristal.
La recepcionista del hotel llama por teléfono.
-Mande una ambulancia al hotel “Feliz amanecer” en el kilómetro 666. Una mujer está tendida sobre la cama y su marido cree que la ha asesinado.
La ambulancia llega una hora y media después.
El médico es…
Ahora te toca a ti describir al doctor.

P.D.: Relato aparecido en el blog de @GalianaRgm

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